domingo, 21 de diciembre de 2014

El obispo desconocido


      Llegar a ser obispo y seguir siendo desconocido, como un soldado, parece una ironía del destino. El enterrado en la catedral de Orense me contestaría que basta con que Dios lo sepa y éste, sin la menor duda, lo sabe.
      Pero sucede que, si no lo supiera es que no es Dios y, entonces, ya todo da igual porque el obispo le habría entregado su vida a una entelequia.
      Puede uno preguntarse si importa ser o no conocido, si lo único que importan son las obras. En el caso del obispo las obras de los demás: los autores del enterramiento. El trabajo espléndido del escultor llamado para que el obispo desconocido fuera un desconocido conocido.
      Pero el abandono absoluto de uno mismo no es sino ejercicio ascético probablemente enfermizo. ¿Fue Antonio Machado un asceta enfermizo? Sin duda no fue obispo pero sí conocido. Ahora bien, a lo que iba es que si el ascetismo busca el olvido de uno mismo, es una aspiración a ser desconocido, por lo que un monumento funerario que busca subrayar la personalidad del difunto viene a ser una contradicción.
      Nuestro obispo enterrado en la catedral de Orense tuvo que ser un pecador. Su condena le acompaña a lo largo de la muerte hasta la destrucción absoluta del templo: la ontradicción de ser conocido como desconocido.

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