sábado, 24 de octubre de 2015

Blanco White y su lucidez

José María Blanco, aquel sacerdote ilustrado que huyó a Inglaterra cuando las tropas napoleónicas invadieron España, es conocido por su abandono del catolicismo y su posterior defensa de posturas protestantes. Pero es preciso que lo conozcamos también, además de por su obra literaria, por su continua lucha contra la intolerancia o por su clara visión del problema de España.
En 1810, desde las páginas de un periódico que editaba en Londres, El Español, ofreció una definición de nuestro país nada desdeñable para la actual Constitución: “La España es una nación que se puede decir agregada de los reinos que la componen”. Y para esa España de la heterogeneidad, para esa nación de naciones, hubiera querido Blanco White (recordemos que, miembro de una familia inglesa emigrada a España, retradujo su apellido sin perder el de bautizo) “un gobierno feliz e ilustrado” que supiese, por medio de leyes adecuadas, hacer “olvidar a los pueblos las preocupaciones de rivalidades antiguas”. Un gobierno, pues, capaz de sacar a la luz, de desarraigar las hondas raíces de los desacuerdos existentes entre los pueblos hispánicos.
José Ortega y Gasset diagnostica la enfermedad de España: la tibetización. Dicha enfermedad consiste en la “hermetización de nuestro pueblo hacia y frente el resto del mundo, fenómeno que no se refiere especialmente a la religión, ni a la teología, ni a las ideas, sino a la totalidad de la vida”. Y Ortega lo aclara aún más: “hermetización hacia todo lo exterior, inclusive hacia la periferia”, incluyendo en la periferia las colonias americanas cuando las tuvo España.
La hermetización, la tibenización con palabra de Ortega significó históricamente la separación de los españoles en dos grupos. Los ortodoxos y los heterodoxos. Los centralistas y los autonomistas. Y si daño han ocasionado los que provocaron tales dicotomías y las mantuvieron, más daño hicieron los que proyectaron unas sobre otras. Las grandes tragedias nacionales surgieron cuando nos intentaron convencer de que todas las oposiciones se resumían en una: ortodoxos-nacionalistas-totalitario-centralistas, contra heterodoxos-europeístas-liberales-autonomistas, sin comprender que se podía ser ortodoxo y autonomista o europeísta y centralista, etc. La reducción es, al fin y al cabo, una intolerancia más.
José María Blanco White siempre combatió la intolerancia. Primero la de la jerarquía católica. Luego la de la jerarquía anglicana. Siempre la del autoritarismo político, aunque viniera vestido de uniforme francés. Porque Blanco era consciente de que la paz, la convivencia, la felicidad, la cultura, el ser humano pleno, al fin, sólo son posibles en la libertad, el respeto y la tolerancia. De ahí que repitiera. "Dejad que todos piensen, todos hablen, todos escriban, y no empleéis otra fuerza que la del convencimiento".

1 comentario:

  1. Uno de tus pasajes de profesor, que jamás olvidaré, es el del calvario de los católicos liberales españoles del XIX. Ahora vas y sacas a Blanco White de la casilla en la que las conveniencias de las banderías del postfranquismo lo metieron, so capa de encumbrarlo.

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