domingo, 6 de noviembre de 2016

El manantial de la pobreza I (Lectura de Ayn Rand)

En 1943 se publicó en los Estados Unidos una narración de Ayn Rand que gozó de enorme difusión y hoy parece algo olvidada. Cinco años después, dirigido por King Vidor, Gary Cooper dio cuerpo al arquitecto Roark que la protagonizaba. No está de más decir ya aquí que Ayn Rand, sus libros sobre pensamiento social y político y la larga novela El manantial son objeto de devoción entre los políticos neo-conservadores, que se califican a sí mismos de liberales.
Hacia el final de la novela, el arquitecto protagonista, acusado de haber destruido unos edificios que diseñara pero que no se habían construido siguiendo exactamente sus planos, pronuncia ante el jurado un largo discurso que ha sido múltiples veces reproducido y, hoy en día, se pasea orgullosamente a través de la Red.
Las palabras de Roak quisieran ser una defensa de la importancia del individuo. Cuando se publica el libro, aún no ha terminado la segunda guerra mundial, pero las resistencias anticomunistas son ya evidentes en los Estados Unidos, por lo que resulta explicable que esa defensa de la libertad individual resbale hacia una crítica de cualquier sentido colectivizador: “La mente es un atributo del individuo. No existe una cosa tal como un cerebro colectivo. No hay una cosa tal como el pensamiento colectivo. […] Ningún hombre puede usar sus pulmones para respirar por otro hombre”. Si en el individuo radican funciones imposibles, no ya de colectivizar, sino incluso de compartir, se justifica que cada persona se considere absolutamente independiente de los demás.
Frente al individuo independiente, que tanto defiende la autora, pudieran presentarse otros que afirmen vivir para los demás, dedicarse a defender los derechos comunes, pero Roak asegura que son seres innecesarios, simples parásitos que no es que vivan para los demás, sino de los demás. La sociedad, por lo tanto, se resentiría gravemente de cualquier norma que restringiese la voluntad individual.
Pese a la elementalidad del razonamiento, ya pueden vislumbrarse las implicaciones políticas del modo de pensar de nuestro arquitecto y el por qué resulta modélico para los neo-conservadores. Ayn Rand, entendió muy bien que el trabajo del arquitecto ofrecía una posibilidad de tratamiento literario claramente simbólico. Es la profesión en la que la metáfora divina de la construcción del mundo resulta más legible. En ella se unen la actividad creadora, la manual y la intelectual, entendiendo aquí por intelectual la capacidad de elaborar un concepto de mundo, de magna organización, de planificación. ¿Ante esa defensa del individualismo, dónde queda la función de la sociedad y no digamos la del Estado? La novela no lo aclara, pero hay que suponer ―y más conociendo la novela siguiente de la autora, La rebelión de Atlas― que se espera que no sea sino la menor posible, tal vez mínima.

1 comentario:

  1. Roark, corregir errata. El nombre, pronunciado en voz alta, es decir, la fonética más que la grafía, como suele suceder en inglés, alude a dos componentes: hard 'duro' y roar 'rugido', que traen a la mente de modo inmediato el rugido del león y también el estampido de las explosiones en la cantera. Desde el inicio el nombre expresa la dureza y rigidez del personaje, mucho más clara en la novela, con su fantástico inicio, donde el agua está inmóvil y la piedra fluye y el cuerpo desnudo se destaca sobre el brillo de la roca como un semidiós, en una pausa más dinámica que el movimiento:

    HOWARD ROARK laughed.
    He stood naked at the edge of a cliff. The lake lay far below him. A frozen explosion of granite burst in flight to the sky over motionless water. The water seemed immovable, the stone-- flowing. The stone had the stillness of one brief moment in battle when thrust meets thrust and the currents are held in a pause more dynamic than motion. The stone glowed, wet with sunrays.

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