sábado, 16 de abril de 2016

Información cultural o Pero Grullo 'revisited'

El folklore, al que atribuimos unos conocimientos acendrados en el tiempo, cuenta con un curioso personaje, más normal de lo que parece, que presume de saberes absolutamente mostrencos, que todo el mundo posee. Son las llamadas verdades de Pero Grullo, importantes sin embargo muchas veces porque, por sabidas, nadie se detiene en ellas. Permítanme, estimados lectores, que me vista como ese personaje folklórico y repita de nuevo lo que todos saben, por si acaso alguno, de tanto buscar lo extraordinario, deje de lado lo cotidiano.
No son pocos los directores de periódico que consideran los suplementos y las páginas culturales, especialmente, las dedicadas a la crítica de libros, escasamente significativos a la hora de vender ejemplares. Opinan que no hay público real que las lea, porque encierran información sólo propia para una élite de iniciados. Resultarían ser, por lo tanto, un lujo, una simple operación de calidad de imagen. Esto lo sufren los responsables de tales páginas o suplementos perdiendo espacio en la publicación y debiendo justificar cada vez por qué hablan de algún tema determinado o, lo que puede ser peor, por qué no hablan.
Llama la atención que tales suspicacias no parezcan afectar a otras páginas y secciones de los periódicos que son, a todas luces, también elitistas y escasamente leídas, como gran parte de los sesudos artículos de economía. Además, las páginas o colaboraciones que se sostienen por el prestigio que aportan también pueden y deben medirse a efectos de rentabilidad. Pero conviene añadir que, detrás de la cultura y de los libros, se sitúa una importante industria que genera numerosos puestos de trabajo y dividendos nada desdeñables.
Entre 1989 y 1993 dirigí un programa de información cultural en la televisión de Andalucía, titulado “Indicios”. Procuraba ofrecer cada semana, a lo largo de la media hora de la que disponía, ya en programación de noche, una entrevista con algún escritor o artista, un reportaje de actualidad y una agenda de la actividad cultural en Andalucía. Tomé algunas opciones estéticas que no es cuestión de detallar aquí, pero que permitieron ofrecer un programa que no desdeñaba cierta investigación con la imagen. Sí quisiera, en cambio, narrar una anécdota que me sucedió una mañana de invierno, ventosa y fría para aquella latitud, en la playa de la Atunara, una de las zonas entonces más deprimida, en La Línea de la Concepción, al pie de la roca de Gibraltar. 
Mientras grabábamos una entrevista a Gabriel Baldrich, un periodista que fue compañero de guerra de Miguel Hernández, junto a un búnker de la segunda contienda mundial situado a la orilla del mar, el agua nos había llegado casi a las rodillas, por lo que acudimos a un cafetín frente a la playa para calentarnos. Se me acercó una señora a felicitarme por el programa del jueves anterior, que había sido un monográfico sobre el ballet de Nacho Duato. En la conversación, le dije que no lo había visto por un viaje de trabajo, y que únicamente visioné los brutos anteriores al montaje (tuve que explicarle, claro es, el proceso de producción de un programa de televisión). La señora me insistió para que subiese a su casa, que estaba próxima, porque lo tenía grabado y “había quedado muy bonito”. En la salita de su vivienda, tomando una copa de anís Las Cadenas y comiendo unas galletitas que mi anfitriona me ofreció en una bandeja con un mantelito hecho a ganchillo, vi aquella emisión. Pero mayor fue mi sorpresa cuando supe que en la casa conservaban las cintas de todas las anteriores porque el marido, pescador de altura, gustaba de verlas seguidas cuando volvía de sus ausencias de cuatro o seis semanas.
Después de aquella experiencia no consentí que nadie en la cadena de televisión me hablase de información elitista o de escasa audiencia. La información cultural a través de la prensa escrita o audiovisual es el único escaparate que millones de personas tienen de la actualidad del arte y de la cultura. En esas páginas y emisiones conocen lo que aún no está en los libros históricos, especialmente en los libros escolares. ¿De no encontrar eco en los medios, cómo podrían acceder a esa información cultural absolutamente contemporánea los miles de maestros de escuela repartidos por toda la geografía, o los funcionarios públicos muchas veces alejados de las grandes ciudades, o tantas personas que, en su período de formación estuvieron atentos a los movimientos culturales y cuando empiezan a ejercer la profesión para la que se prepararon carecen de tiempo para seguirlos? Y no me he referido a las poblaciones injustamente separadas de la cultura desde siempre y que seguirían ignorando que hay algo más que las meras actividades folklóricas. No atender a ese interés o no incitarlo significa, precisamente, trabajar en favor de las élites que ya poseen sus propias redes especializadas. Significa no atender a un mercado potencial que sólo está muchas veces dormido. Significa impedir el desarrollo de industrias que pueden aportar puestos de trabajo e incrementar la riqueza nacional.

Perdónenme que haga de Pero Grullo, pero lo que el sabio folklórico sabe y dice muchos, aunque parezca mentira, ni lo conocen ni lo escuchan. Además, cuando se tira del hilo va desperezándose el ovillo y cada vez el hilo es más largo y más cosas pueden decirse. Los suplementos y las páginas culturales de nuestros periódicos no son un regalo generoso, sino una información que, bien administrada, puede y debe ser doblemente enriquecedora. 

lunes, 4 de abril de 2016

Palabras para "La noche de Max Estrella 2016"

Palabras pronunciadas en el arranque de la Noche de Max Estrella el 1º de abril de 2016
fotografía de Olmo Calvo publicada en El Mundo

 Queridos amigos de Max Estrella,

Perdonadme, pero este año lo es de duelos y de recuerdos. También de duelos y quebrantos ¿O acaso no lo son todos los años?Esta vez los paseantes nos dolemos y recordamos. Los paseantes que, en el inicio de la primavera, caminamos por las calles de un Madrid real, bien que imaginando hacerlo por un Madrid de viejos saberes compartidos.
Desde este Pretil de los Consejos a la casa donde Mariano José de Larra puso fin a su vida; de la fachada de la casa de Calderón de la Barca a la celda del anarquista Mateo Morral; del viejo café donde Valle-Inclán se hirió en el brazo al teatro desde el que Benito Pérez Galdós, con su Electra, tumbase un gobierno en 1901.
Porque hubo un tiempo —sí, créanme; lo sabemos los más viejos del lugar, hubo un tiempo en que el mundo de la cultura era capaz de que el Presidente del Consejo de Ministros, al mirarse una mañana en el espejo, se convenciese de que no llegaba a la categoría de figurón y, entonces, sacase de  su bolsillo unos cuartos de dignidad y dimitiera.
Ahora la cultura no tumba gobiernos pero, en cambio, el gobierno la tumba y la fuerza y la violenta con el 21% de impuestos.
Ahí tenéis un gobierno que se desentiende del centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, cuyo Quijote es referencia de millones de lectores por todo el mundo; ignora el centenario de la muerte de Rubén Darío, que introdujo la modernidad en la poesía hispánica, o el de José Echegaray, que puede ahora gustarnos más o menos, pero fue el primer Premio Nobel español; un gobierno desconocedor de que hace cien años naciera Camilo José Cela, otro Premio Nobel, cuya novela La Colmena, es de las mejores del siglo, o que también lo hiciese Blas de Otero, el enorme poeta, el ángel fieramente humano; un gobierno que desprecia el centenario de Antonio Buero Vallejo, en cuya escalera aún se encuentran nuestros jóvenes llenos de ilusiones pero sin trabajo.
Y tenemos que ser nosotros, aquí en nuestro paseo anual, los que sabemos que la literatura y el teatro no son simplemente un adorno —como dijo el poeta—, sino fundamental compañía de vida y forja del verdadero sentido patriótico, nosotros, miembros de la castigada sociedad civil, quienes rindamos el homenaje del recuerdo a esos autores, como dentro de un rato se lo dedicaremos a Buero Vallejo a la puerta del Teatro Español.
Mientras, el gobierno se echa a andana, lee, si lee, los periódicos deportivos y sostiene que las revistas pornográficas paguen menos IVA que los libros de Cervantes, Rubén, Echegaray, Blas de Otero, Cela o Buero Vallejo.


Pero, además, los amigos de Max tenemos nuestro duelo particular. Hace unos meses murió Max Estrella. Murió aquel que, si para algunos fue el magnífico actor de la película Solas, para quienes vivimos la Andalucía de los años 80 fue el mejor intérprete de Luces de Bohemia. Cuando leemos a Valle-Inclán, cuando asistimos a una representación de la obra, cerramos los ojos y vemos la figura y el rostro de Carlos Álvarez Novoa, como en la imagen de portada del programa de la tarde-noche de hoy, el programa de la decimocuarta Noche de Max Estrella. Nos convencimos de que Valle-Inclán creó el personaje de Max Estrella para Carlos Álvarez.
Carlos no empezó como actor. Hasta casi el final de su vida no pudo vivir de la interpretación. Era un profesor de instituto, un buen profesor que sabía hasta dónde llega el espejo y dónde está la transparencia.
Porque la literatura y el arte se sitúan entre el cristal y la realidad. El buen hacer de comediógrafos y comediantes, de escritores y cineastas, radica en saber situarse en el cristal sin que la realidad lo opaque o mismo cristal la suprima.
De ahí el convencimiento de que todo cristal puede ser cóncavo o convexo, y el resultado de nuestra mirada un esperpento.
Como conocía Juan Ramón Jiménez, de quien no sé si sabremos conmemorar nada el año que viene (se cumplirá el centenario de Diario de un poeta recién casado), lo importante no está ni en lo transparentado, ni en el cristal, sino en la propia transparencia. Y eso es lo que nos falta.
Enfrente, en casa Ciriaco, bebamos por la memoria de Carlos Álvarez que hoy ya no nos acompaña; luego sintamos el dolor de Mariano José de Larra; después comprendamos a Mateo Morral; más tarde ascendamos por la escalera de Antonio Buero Vallejo y, siempre, luchemos por la educación, la cultura y la transparencia.