El folklore,
al que atribuimos unos conocimientos acendrados en el tiempo, cuenta con un
curioso personaje, más normal de lo que parece, que presume de saberes
absolutamente mostrencos, que todo el mundo posee. Son las llamadas verdades de
Pero Grullo, importantes sin embargo muchas veces porque, por sabidas, nadie se
detiene en ellas. Permítanme, estimados lectores, que me vista como ese
personaje folklórico y repita de nuevo lo que todos saben, por si acaso alguno,
de tanto buscar lo extraordinario, deje de lado lo cotidiano.
No son pocos
los directores de periódico que consideran los suplementos y las páginas
culturales, especialmente, las dedicadas a la crítica de libros, escasamente
significativos a la hora de vender ejemplares. Opinan que no hay público real
que las lea, porque encierran información sólo propia para una élite de
iniciados. Resultarían ser, por lo tanto, un lujo, una simple operación de
calidad de imagen. Esto lo sufren los responsables de tales páginas o suplementos
perdiendo espacio en la publicación y debiendo justificar cada vez por qué
hablan de algún tema determinado o, lo que puede ser peor, por qué no hablan.
Llama la
atención que tales suspicacias no parezcan afectar a otras páginas y secciones
de los periódicos que son, a todas luces, también elitistas y escasamente
leídas, como gran parte de los sesudos artículos de economía. Además, las
páginas o colaboraciones que se sostienen por el prestigio que aportan también
pueden y deben medirse a efectos de rentabilidad. Pero conviene añadir que,
detrás de la cultura y de los libros, se sitúa una importante industria que
genera numerosos puestos de trabajo y dividendos nada desdeñables.
Entre 1989 y
1993 dirigí un programa de información cultural en la televisión de Andalucía,
titulado “Indicios”. Procuraba ofrecer cada semana, a lo largo de la media hora
de la que disponía, ya en programación de noche, una entrevista con algún
escritor o artista, un reportaje de actualidad y una agenda de la actividad
cultural en Andalucía. Tomé algunas opciones estéticas que no es cuestión de
detallar aquí, pero que permitieron ofrecer un programa que no desdeñaba cierta
investigación con la imagen. Sí quisiera, en cambio, narrar una anécdota que me
sucedió una mañana de invierno, ventosa y fría para aquella latitud, en la
playa de la Atunara ,
una de las zonas entonces más deprimida, en La Línea de la Concepción , al pie de la roca de Gibraltar.
Mientras
grabábamos una entrevista a Gabriel Baldrich, un periodista que fue compañero
de guerra de Miguel Hernández, junto a un búnker de la segunda contienda
mundial situado a la orilla del mar, el agua nos había llegado casi a las
rodillas, por lo que acudimos a un cafetín frente a la playa para calentarnos.
Se me acercó una señora a felicitarme por el programa del jueves anterior, que
había sido un monográfico sobre el ballet de Nacho Duato. En la conversación,
le dije que no lo había visto por un viaje de trabajo, y que únicamente visioné
los brutos anteriores al montaje (tuve que explicarle, claro es, el proceso de
producción de un programa de televisión). La señora me insistió para que
subiese a su casa, que estaba próxima, porque lo tenía grabado y “había quedado
muy bonito”. En la salita de su vivienda, tomando una copa de anís Las Cadenas
y comiendo unas galletitas que mi anfitriona me ofreció en una bandeja con un
mantelito hecho a ganchillo, vi aquella emisión. Pero mayor fue mi sorpresa
cuando supe que en la casa conservaban las cintas de todas las anteriores
porque el marido, pescador de altura, gustaba de verlas seguidas cuando volvía
de sus ausencias de cuatro o seis semanas.
Después de
aquella experiencia no consentí que nadie en la cadena de televisión me hablase
de información elitista o de escasa audiencia. La información cultural a través
de la prensa escrita o audiovisual es el único escaparate que millones de
personas tienen de la actualidad del arte y de la cultura. En esas páginas y
emisiones conocen lo que aún no está en los libros históricos, especialmente en
los libros escolares. ¿De no encontrar eco en los medios, cómo podrían acceder
a esa información cultural absolutamente contemporánea los miles de maestros de
escuela repartidos por toda la geografía, o los funcionarios públicos muchas
veces alejados de las grandes ciudades, o tantas personas que, en su período de
formación estuvieron atentos a los movimientos culturales y cuando empiezan a
ejercer la profesión para la que se prepararon carecen de tiempo para
seguirlos? Y no me he referido a las poblaciones injustamente separadas de la
cultura desde siempre y que seguirían ignorando que hay algo más que las meras
actividades folklóricas. No atender a ese interés o no incitarlo significa, precisamente,
trabajar en favor de las élites que ya poseen sus propias redes especializadas.
Significa no atender a un mercado potencial que sólo está muchas veces dormido.
Significa impedir el desarrollo de industrias que pueden aportar puestos de
trabajo e incrementar la riqueza nacional.
Perdónenme que
haga de Pero Grullo, pero lo que el sabio folklórico sabe y dice muchos, aunque
parezca mentira, ni lo conocen ni lo escuchan. Además, cuando se tira del hilo
va desperezándose el ovillo y cada vez el hilo es más largo y más cosas pueden
decirse. Los suplementos y las páginas culturales de nuestros periódicos no son
un regalo generoso, sino una información que, bien administrada, puede y debe
ser doblemente enriquecedora.