Palabras
pronunciadas en el arranque de la Noche de Max Estrella el 1º de abril de 2016
fotografía
de Olmo Calvo publicada en El Mundo
Perdonadme, pero
este año lo es de duelos y de recuerdos. También de duelos y quebrantos ¿O
acaso no lo son todos los años?Esta
vez los paseantes nos dolemos y recordamos. Los paseantes que, en el inicio de
la primavera, caminamos por las calles de un Madrid real, bien que imaginando hacerlo
por un Madrid de viejos saberes compartidos.
Desde
este Pretil de los Consejos a la casa donde Mariano José de Larra puso fin a su
vida; de la fachada de la casa de Calderón de la Barca a la celda del
anarquista Mateo Morral; del viejo café donde Valle-Inclán se hirió en el brazo
al teatro desde el que Benito Pérez Galdós, con su Electra, tumbase un gobierno en 1901.
Porque
hubo un tiempo —sí, créanme; lo sabemos los más viejos del
lugar—,
hubo un tiempo en que el mundo de la cultura era capaz de que el Presidente del
Consejo de Ministros, al mirarse una mañana en el espejo, se convenciese de que
no llegaba a la categoría de figurón y, entonces, sacase de su bolsillo unos cuartos de dignidad y
dimitiera.
Ahora
la cultura no tumba gobiernos pero, en cambio, el gobierno la tumba y la fuerza
y la violenta con el 21% de impuestos.
Ahí
tenéis un gobierno que se desentiende del centenario de la muerte de Miguel de
Cervantes, cuyo Quijote es referencia
de millones de lectores por todo el mundo; ignora el centenario de la muerte de
Rubén Darío, que introdujo la modernidad en la poesía hispánica, o el de José
Echegaray, que puede ahora gustarnos más o menos, pero fue el primer Premio
Nobel español; un gobierno desconocedor de que hace cien años naciera Camilo
José Cela, otro Premio Nobel, cuya novela La
Colmena, es de las mejores del siglo, o que también lo hiciese Blas de
Otero, el enorme poeta, el ángel fieramente humano; un gobierno que desprecia
el centenario de Antonio Buero Vallejo, en cuya escalera aún se encuentran
nuestros jóvenes llenos de ilusiones pero sin trabajo.
Y
tenemos que ser nosotros, aquí en nuestro paseo anual, los que sabemos que la
literatura y el teatro no son simplemente un adorno —como
dijo el poeta—,
sino fundamental compañía de vida y forja del verdadero sentido patriótico, nosotros,
miembros de la castigada sociedad civil, quienes rindamos el homenaje del
recuerdo a esos autores, como dentro de un rato se lo dedicaremos a Buero Vallejo
a la puerta del Teatro Español.
Mientras,
el gobierno se echa a andana, lee, si lee, los periódicos deportivos y sostiene
que las revistas pornográficas paguen menos IVA que los libros de Cervantes,
Rubén, Echegaray, Blas de Otero, Cela o Buero Vallejo.
Pero,
además, los amigos de Max tenemos nuestro duelo particular. Hace unos meses
murió Max Estrella. Murió aquel que, si para algunos fue el magnífico actor de
la película Solas, para quienes
vivimos la Andalucía de los años 80 fue el mejor intérprete de Luces de Bohemia. Cuando leemos a Valle-Inclán,
cuando asistimos a una representación de la obra, cerramos los ojos y vemos la
figura y el rostro de Carlos Álvarez Novoa, como en la imagen de portada del programa
de la tarde-noche de hoy, el programa de la decimocuarta Noche de Max Estrella.
Nos convencimos de que Valle-Inclán creó el personaje de Max Estrella para
Carlos Álvarez.
Carlos
no empezó como actor. Hasta casi el final de su vida no pudo vivir de la interpretación.
Era un profesor de instituto, un buen profesor que sabía hasta dónde llega el
espejo y dónde está la transparencia.
Porque
la literatura y el arte se sitúan entre el cristal y la realidad. El buen hacer
de comediógrafos y comediantes, de escritores y cineastas, radica en saber
situarse en el cristal sin que la realidad lo opaque o mismo cristal la
suprima.
De
ahí el convencimiento de que todo cristal puede ser cóncavo o convexo, y el
resultado de nuestra mirada un esperpento.
Como conocía
Juan Ramón Jiménez, de quien no sé si sabremos conmemorar nada el año que viene
(se cumplirá el centenario de Diario de
un poeta recién casado), lo importante no está ni en lo transparentado, ni
en el cristal, sino en la propia transparencia. Y eso es lo que nos falta.
Enfrente,
en casa Ciriaco, bebamos por la memoria de Carlos Álvarez que hoy ya no nos
acompaña; luego sintamos el dolor de Mariano José de Larra; después
comprendamos a Mateo Morral; más tarde ascendamos por la escalera de Antonio Buero
Vallejo y, siempre, luchemos por la educación, la cultura y la transparencia.
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