domingo, 6 de noviembre de 2016

El manantial de la pobreza II (el neoliberalismo de Ayn Rand)

Del discurso final de El manantial, de Ayn Rand se deriva la condena de cualquier dedicación, particular o institucional, a los demás. El altruismo resulta ser un crimen grave. Si se piensa así, cualquier sistema público de sanidad o de seguridad social resulta ser, no sólo impertinente, sino incluso inmoral. No insistiré en cómo a un seguidor del pensamiento de Ayn Rand únicamente le cabe desmantelar todo lo que huela a asistencia comunitaria. No es simplemente una postura económica, ni política, sino una ética fundamentalista. De hecho, opina Roak que “los mayores errores de la Historia han sido cometidos en nombre de móviles altruistas”. Ningún individuo posee obligaciones hacia los demás.
La profesión de arquitecto tiene fuerza simbólica porque en ella se manifiesta un creador, un individuo elevado a su máximo grado de independencia que no puede subordinarse a consideración o instrucción alguna. Muchos tal vez firmarían esta defensa de la libertad del artista. Pero ya resulta más sospechosa esta frase: “Ningún creador ha sido impulsado por el deseo de servir a sus hermanos”, sólo le debe interesar su creación, que da forma a su verdad”. La consecuencia del razonamiento es que no debe existir lazo alguno de dependencia entre la creación artística y la sociedad. La peripecia del personaje a lo largo de la novela muestra que no sólo no cree deber nada a la sociedad, sino que tampoco estima que la sociedad le deba nada a él. Política y administrativamente, no tiene por qué existir ninguna ayuda para el creador y, en el caso de que se le ofreciera, su deber sería rechazarla. El famoso discurso de El manantial resume muy bien los fundamentos de la mentalidad neo-conservadora y permite entender la razón por la que la cultura se posterga hoy en muchos países europeos y en otros sometidos a políticos del nuevo cuño liberal.
Estamos ante principios de filosofía política en los que la triada revolucionaria ―libertad, igualdad, fraternidad― ya no se tiene en cuenta como proyecto político. No se habla de fraternidad, que era un concepto esencial, sino que se sustituye por un acto voluntario y exculpador de la mala conciencia social: la solidaridad. No es lo mismo ser fraterno que ser solidario. La igualdad se reduce ya a no preguntarle a nadie cuáles son sus orígenes (es el políticamente correcto derecho a la intimidad). 
La independencia pudiera llevar al creador a su desaparición como tal. Si fuera así, sería porque la sociedad no siente necesidad de su obra, lo que viene a ser como decir que se trata de una obra inútil, improductiva. Además, la independencia absoluta del artista con respecto a la sociedad acaba significando el desasistimiento de la herencia cultural. Paradójicamente, la ideología neoconservadora viene a traer el abandono de cualquier tradición, porque nada enlaza al creador con ella, ninguna costumbre gobierna, controla o aporta raíces. El vendaval de un día puede arrastrar y devastar lo construido a lo largo de siglos y ahí radica el peligro cultural del neo-liberalismo.

El manantial de la pobreza I (Lectura de Ayn Rand)

En 1943 se publicó en los Estados Unidos una narración de Ayn Rand que gozó de enorme difusión y hoy parece algo olvidada. Cinco años después, dirigido por King Vidor, Gary Cooper dio cuerpo al arquitecto Roark que la protagonizaba. No está de más decir ya aquí que Ayn Rand, sus libros sobre pensamiento social y político y la larga novela El manantial son objeto de devoción entre los políticos neo-conservadores, que se califican a sí mismos de liberales.
Hacia el final de la novela, el arquitecto protagonista, acusado de haber destruido unos edificios que diseñara pero que no se habían construido siguiendo exactamente sus planos, pronuncia ante el jurado un largo discurso que ha sido múltiples veces reproducido y, hoy en día, se pasea orgullosamente a través de la Red.
Las palabras de Roak quisieran ser una defensa de la importancia del individuo. Cuando se publica el libro, aún no ha terminado la segunda guerra mundial, pero las resistencias anticomunistas son ya evidentes en los Estados Unidos, por lo que resulta explicable que esa defensa de la libertad individual resbale hacia una crítica de cualquier sentido colectivizador: “La mente es un atributo del individuo. No existe una cosa tal como un cerebro colectivo. No hay una cosa tal como el pensamiento colectivo. […] Ningún hombre puede usar sus pulmones para respirar por otro hombre”. Si en el individuo radican funciones imposibles, no ya de colectivizar, sino incluso de compartir, se justifica que cada persona se considere absolutamente independiente de los demás.
Frente al individuo independiente, que tanto defiende la autora, pudieran presentarse otros que afirmen vivir para los demás, dedicarse a defender los derechos comunes, pero Roak asegura que son seres innecesarios, simples parásitos que no es que vivan para los demás, sino de los demás. La sociedad, por lo tanto, se resentiría gravemente de cualquier norma que restringiese la voluntad individual.
Pese a la elementalidad del razonamiento, ya pueden vislumbrarse las implicaciones políticas del modo de pensar de nuestro arquitecto y el por qué resulta modélico para los neo-conservadores. Ayn Rand, entendió muy bien que el trabajo del arquitecto ofrecía una posibilidad de tratamiento literario claramente simbólico. Es la profesión en la que la metáfora divina de la construcción del mundo resulta más legible. En ella se unen la actividad creadora, la manual y la intelectual, entendiendo aquí por intelectual la capacidad de elaborar un concepto de mundo, de magna organización, de planificación. ¿Ante esa defensa del individualismo, dónde queda la función de la sociedad y no digamos la del Estado? La novela no lo aclara, pero hay que suponer ―y más conociendo la novela siguiente de la autora, La rebelión de Atlas― que se espera que no sea sino la menor posible, tal vez mínima.

domingo, 18 de septiembre de 2016

La detención de mi tío (recuerdo traicionado)

El infierno son los demás
Jean-Paul Sartre
  
Cuando la policía detuvo a mi tío José Luis, en 1944, yo aún no había nacido. Pasó toda mi infancia sin que nadie me lo contase, pero algo sabía yo que había sucedido porque mi tío no estaba con nosotros y mi prima hablaba de un papá invisible. Claro es que muchas cosas eran invisibles o, al menos, inalcanzables, lo que viene a ser lo mismo.
Yo mismo aprendí muy pronto a fabricar objetos invisibles. Así, mis compañeros de colegio nunca llegaron a ver el auto de mi padre, en el que salíamos de excursión todos los fines de semana para ir a un pueblo al que nunca llegábamos. O no fueron capaces de percibir la casa en que vivíamos, situada en un barrio que ellos no podían imaginar y a la que nunca acudían para celebrar mi cumpleaños.  A lo largo de la vida supe que esa manera de actuar se llamaba disimulo, silencio o simplemente miedo.
Usted que está leyendo estas páginas es improbable que consiga situarse en mi punto de vista. Tampoco sé si tiene importancia, porque lo que interesa no es que usted se sitúe o no en mi punto de vista, sino que yo, escritor, logre elaborar un discurso coherente. Para conseguirlo necesito dominar mi vida, obtener una visión panorámica que, impidiéndome enfangarme en detalles sin trascendencia, ofrezca una contemplación comprensiva. ¿Pero cómo hacerlo sin insistir en los pequeños detalles que, uno a uno, no lo son tanto? Un golpe en la frente carece de valor, pero ese golpe en la frente nos hizo probablemente llorar, quejarnos al maestro porque el compañero de banco nos maltrataba y arrastraba con él a los demás niños del aula. Aquello, el golpe sin importancia, resulta que sí adquiría importancia, que nos hizo odiar, no ya al compañero, sino a la clase entera, al colegio, al sistema escolar, a la cultura y, desde luego, al ministro responsable que bien merecido siempre lo tiene.

El caso es que no era demasiado subrayable que detuvieran o no a mi tío José Manuel. Un preso más o menos bajo el franquismo tampoco era para tanto. Pero a nosotros, a mi familia, le significó un vuelco en su vida que duró muchos años y que no sé si acabó por purgarse o no. El caso es que lo detuvieron, yo nací con él en una celda y sólo pude verlo un día de la Merced, cuando los niños accedían a las cárceles para comprobar la generosidad del caudillo que, incluso, autorizaba a que los presos nos regalaran juguetes que habían comprado dentro de la propia prisión, para beneficio de algún paniaguado. Es que la caridad bien entendida empieza por uno mismo y cuanto antes mejor.
Lo de cuanto antes está escrito con retintín, advierto, porque el día de la famosa Merced los niños de los presos, no solamente veíamos a nuestros familiares condenados sino que también, y eso era sin duda importante, aprendíamos a movernos por los espacios carcelarios, conocimiento importante porque nunca se sabe lo que el futuro proveerá. Franco, pues, en su generosidad infinita, nos proporcionaba la posibilidad de cursar un temprano máster, no sé si de investigación o de los llamados profesionales.
Ya vas aprendiendo, ya vas aprendiendo, nos decían al salir los funcionarios de prisiones cuando, ya en la puerta, en los brazos el tremendo camioncito de madera pintado con los colores de la Falange o los de la Guardia Civil, nos cuadrábamos respetuosos y decíamos ¿Da usted su permiso?
El otro aprendizaje que la prisión de mi tío José Antonio me proporcionó fue el de leer un sentido oculto entre la líneas de las cartas que nos escribía desde la prisión de Burgos. “Me gustaría saber cómo está de salud Jacintito”, y Jacintito no existía, pero mi padre sabía bien que había que contestarle: “Parece que Jacintito llegará pronto de su viaje”, lo que venía a ser una extraña consigna que sólo ellos dos entendían, pero que debía resultar muy importante.  Durante largo tiempo, en mi adolescencia, deseé estudiar en la escuela Diplomática, sabiéndome preparado para trabajar en la sección de claves del Ministerio de Asuntos Exteriores, pero fracasé en el examen de ingreso porque no era hijo de marqués.
Debo confesar que no fue ése el único examen de ingreso que no logré superar. Siempre, al salir de los exámenes, las pruebas, los castings, las presentaciones, las iniciaciones o las conspiraciones, oía a alguno preguntar, ¿éste viene de parte de quién?, ¿lo recomendaba alguien?, ¿quién su maestro?, ¿en qué departamento se ha formado? y otras preguntas científicas de idéntico tenor.
No voy a insistir más en el medio social en el que me eduqué y que consiguió precisamente lo que no pretendía obtener de mí, que me hiciese un hombre de provecho. Y así me ha ido.
Se preguntarán ustedes, estimados lectores, señoras y señores del jurado, qué entiendo por hombre de provecho. Lo primero que debo especificar es que no hay en la expresión distinción sexual alguna. De haber nacido con distintos atributos físicos hubiera escrito, y con mayor razón, mujer de provecho, que suele ser aquélla de la que todos se aprovechan, como del hombre. Por eso, para sostenerse, el hombre o la mujer de provecho tienen que pasar por un curso intensivo de boxeo. Un curso, no tanto para aprender a golpear, sino para alcanzar el correcto juego de piernas,  el modo correcto de protegerse cuerpo y cara con los puños y, sobre todo, alcanzar la capacidad de encaje suficiente como para endurecer el hígado. Lo malo es que, a partir de algún momento, todos los que se reciben son golpes bajos.
Y ya está, soy un viejecito, éste que ven ustedes, que ha vivido. No lo confieso simplemente, juro que he vivido, trabajado, combatido, sufrido, soportado y aguantado. No he logrado nada, no he ganado premio alguno, no he patentado algún invento, no he gobernado, nada de nada. Simplemente he aguantado hasta ahora y he llegado, como quien no quiera la cosa, hasta la página cuatro de este libro. Ya no sé si alcanzaré la última. Lo empiezo a contar ahora, cuando recuerdo el día en que la policía detuvo a mi tío José Miguel.  

sábado, 16 de abril de 2016

Información cultural o Pero Grullo 'revisited'

El folklore, al que atribuimos unos conocimientos acendrados en el tiempo, cuenta con un curioso personaje, más normal de lo que parece, que presume de saberes absolutamente mostrencos, que todo el mundo posee. Son las llamadas verdades de Pero Grullo, importantes sin embargo muchas veces porque, por sabidas, nadie se detiene en ellas. Permítanme, estimados lectores, que me vista como ese personaje folklórico y repita de nuevo lo que todos saben, por si acaso alguno, de tanto buscar lo extraordinario, deje de lado lo cotidiano.
No son pocos los directores de periódico que consideran los suplementos y las páginas culturales, especialmente, las dedicadas a la crítica de libros, escasamente significativos a la hora de vender ejemplares. Opinan que no hay público real que las lea, porque encierran información sólo propia para una élite de iniciados. Resultarían ser, por lo tanto, un lujo, una simple operación de calidad de imagen. Esto lo sufren los responsables de tales páginas o suplementos perdiendo espacio en la publicación y debiendo justificar cada vez por qué hablan de algún tema determinado o, lo que puede ser peor, por qué no hablan.
Llama la atención que tales suspicacias no parezcan afectar a otras páginas y secciones de los periódicos que son, a todas luces, también elitistas y escasamente leídas, como gran parte de los sesudos artículos de economía. Además, las páginas o colaboraciones que se sostienen por el prestigio que aportan también pueden y deben medirse a efectos de rentabilidad. Pero conviene añadir que, detrás de la cultura y de los libros, se sitúa una importante industria que genera numerosos puestos de trabajo y dividendos nada desdeñables.
Entre 1989 y 1993 dirigí un programa de información cultural en la televisión de Andalucía, titulado “Indicios”. Procuraba ofrecer cada semana, a lo largo de la media hora de la que disponía, ya en programación de noche, una entrevista con algún escritor o artista, un reportaje de actualidad y una agenda de la actividad cultural en Andalucía. Tomé algunas opciones estéticas que no es cuestión de detallar aquí, pero que permitieron ofrecer un programa que no desdeñaba cierta investigación con la imagen. Sí quisiera, en cambio, narrar una anécdota que me sucedió una mañana de invierno, ventosa y fría para aquella latitud, en la playa de la Atunara, una de las zonas entonces más deprimida, en La Línea de la Concepción, al pie de la roca de Gibraltar. 
Mientras grabábamos una entrevista a Gabriel Baldrich, un periodista que fue compañero de guerra de Miguel Hernández, junto a un búnker de la segunda contienda mundial situado a la orilla del mar, el agua nos había llegado casi a las rodillas, por lo que acudimos a un cafetín frente a la playa para calentarnos. Se me acercó una señora a felicitarme por el programa del jueves anterior, que había sido un monográfico sobre el ballet de Nacho Duato. En la conversación, le dije que no lo había visto por un viaje de trabajo, y que únicamente visioné los brutos anteriores al montaje (tuve que explicarle, claro es, el proceso de producción de un programa de televisión). La señora me insistió para que subiese a su casa, que estaba próxima, porque lo tenía grabado y “había quedado muy bonito”. En la salita de su vivienda, tomando una copa de anís Las Cadenas y comiendo unas galletitas que mi anfitriona me ofreció en una bandeja con un mantelito hecho a ganchillo, vi aquella emisión. Pero mayor fue mi sorpresa cuando supe que en la casa conservaban las cintas de todas las anteriores porque el marido, pescador de altura, gustaba de verlas seguidas cuando volvía de sus ausencias de cuatro o seis semanas.
Después de aquella experiencia no consentí que nadie en la cadena de televisión me hablase de información elitista o de escasa audiencia. La información cultural a través de la prensa escrita o audiovisual es el único escaparate que millones de personas tienen de la actualidad del arte y de la cultura. En esas páginas y emisiones conocen lo que aún no está en los libros históricos, especialmente en los libros escolares. ¿De no encontrar eco en los medios, cómo podrían acceder a esa información cultural absolutamente contemporánea los miles de maestros de escuela repartidos por toda la geografía, o los funcionarios públicos muchas veces alejados de las grandes ciudades, o tantas personas que, en su período de formación estuvieron atentos a los movimientos culturales y cuando empiezan a ejercer la profesión para la que se prepararon carecen de tiempo para seguirlos? Y no me he referido a las poblaciones injustamente separadas de la cultura desde siempre y que seguirían ignorando que hay algo más que las meras actividades folklóricas. No atender a ese interés o no incitarlo significa, precisamente, trabajar en favor de las élites que ya poseen sus propias redes especializadas. Significa no atender a un mercado potencial que sólo está muchas veces dormido. Significa impedir el desarrollo de industrias que pueden aportar puestos de trabajo e incrementar la riqueza nacional.

Perdónenme que haga de Pero Grullo, pero lo que el sabio folklórico sabe y dice muchos, aunque parezca mentira, ni lo conocen ni lo escuchan. Además, cuando se tira del hilo va desperezándose el ovillo y cada vez el hilo es más largo y más cosas pueden decirse. Los suplementos y las páginas culturales de nuestros periódicos no son un regalo generoso, sino una información que, bien administrada, puede y debe ser doblemente enriquecedora. 

lunes, 4 de abril de 2016

Palabras para "La noche de Max Estrella 2016"

Palabras pronunciadas en el arranque de la Noche de Max Estrella el 1º de abril de 2016
fotografía de Olmo Calvo publicada en El Mundo

 Queridos amigos de Max Estrella,

Perdonadme, pero este año lo es de duelos y de recuerdos. También de duelos y quebrantos ¿O acaso no lo son todos los años?Esta vez los paseantes nos dolemos y recordamos. Los paseantes que, en el inicio de la primavera, caminamos por las calles de un Madrid real, bien que imaginando hacerlo por un Madrid de viejos saberes compartidos.
Desde este Pretil de los Consejos a la casa donde Mariano José de Larra puso fin a su vida; de la fachada de la casa de Calderón de la Barca a la celda del anarquista Mateo Morral; del viejo café donde Valle-Inclán se hirió en el brazo al teatro desde el que Benito Pérez Galdós, con su Electra, tumbase un gobierno en 1901.
Porque hubo un tiempo —sí, créanme; lo sabemos los más viejos del lugar, hubo un tiempo en que el mundo de la cultura era capaz de que el Presidente del Consejo de Ministros, al mirarse una mañana en el espejo, se convenciese de que no llegaba a la categoría de figurón y, entonces, sacase de  su bolsillo unos cuartos de dignidad y dimitiera.
Ahora la cultura no tumba gobiernos pero, en cambio, el gobierno la tumba y la fuerza y la violenta con el 21% de impuestos.
Ahí tenéis un gobierno que se desentiende del centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, cuyo Quijote es referencia de millones de lectores por todo el mundo; ignora el centenario de la muerte de Rubén Darío, que introdujo la modernidad en la poesía hispánica, o el de José Echegaray, que puede ahora gustarnos más o menos, pero fue el primer Premio Nobel español; un gobierno desconocedor de que hace cien años naciera Camilo José Cela, otro Premio Nobel, cuya novela La Colmena, es de las mejores del siglo, o que también lo hiciese Blas de Otero, el enorme poeta, el ángel fieramente humano; un gobierno que desprecia el centenario de Antonio Buero Vallejo, en cuya escalera aún se encuentran nuestros jóvenes llenos de ilusiones pero sin trabajo.
Y tenemos que ser nosotros, aquí en nuestro paseo anual, los que sabemos que la literatura y el teatro no son simplemente un adorno —como dijo el poeta—, sino fundamental compañía de vida y forja del verdadero sentido patriótico, nosotros, miembros de la castigada sociedad civil, quienes rindamos el homenaje del recuerdo a esos autores, como dentro de un rato se lo dedicaremos a Buero Vallejo a la puerta del Teatro Español.
Mientras, el gobierno se echa a andana, lee, si lee, los periódicos deportivos y sostiene que las revistas pornográficas paguen menos IVA que los libros de Cervantes, Rubén, Echegaray, Blas de Otero, Cela o Buero Vallejo.


Pero, además, los amigos de Max tenemos nuestro duelo particular. Hace unos meses murió Max Estrella. Murió aquel que, si para algunos fue el magnífico actor de la película Solas, para quienes vivimos la Andalucía de los años 80 fue el mejor intérprete de Luces de Bohemia. Cuando leemos a Valle-Inclán, cuando asistimos a una representación de la obra, cerramos los ojos y vemos la figura y el rostro de Carlos Álvarez Novoa, como en la imagen de portada del programa de la tarde-noche de hoy, el programa de la decimocuarta Noche de Max Estrella. Nos convencimos de que Valle-Inclán creó el personaje de Max Estrella para Carlos Álvarez.
Carlos no empezó como actor. Hasta casi el final de su vida no pudo vivir de la interpretación. Era un profesor de instituto, un buen profesor que sabía hasta dónde llega el espejo y dónde está la transparencia.
Porque la literatura y el arte se sitúan entre el cristal y la realidad. El buen hacer de comediógrafos y comediantes, de escritores y cineastas, radica en saber situarse en el cristal sin que la realidad lo opaque o mismo cristal la suprima.
De ahí el convencimiento de que todo cristal puede ser cóncavo o convexo, y el resultado de nuestra mirada un esperpento.
Como conocía Juan Ramón Jiménez, de quien no sé si sabremos conmemorar nada el año que viene (se cumplirá el centenario de Diario de un poeta recién casado), lo importante no está ni en lo transparentado, ni en el cristal, sino en la propia transparencia. Y eso es lo que nos falta.
Enfrente, en casa Ciriaco, bebamos por la memoria de Carlos Álvarez que hoy ya no nos acompaña; luego sintamos el dolor de Mariano José de Larra; después comprendamos a Mateo Morral; más tarde ascendamos por la escalera de Antonio Buero Vallejo y, siempre, luchemos por la educación, la cultura y la transparencia.
   

jueves, 24 de marzo de 2016

Casi un siglo con "Diario de un poeta recién casado", de Juan Ramón Jiménez

   Cuando en 1916 Juan Ramón Jiménez escribiera lo que luego sería Diario de un poeta recién casado, entre el 17 de enero y el 7 de junio, tal vez sólo pretendía anotar cada jornada algo que le sorprendiera de algún modo.  Al fin y al cabo,  ése era su procedimiento habitual de escritura: convertirse a sí mismo en texto. Desde el 8 de junio al 3 de septiembre sigue escribiendo lo que titulará "Recuerdos de América del Este escritos en España", parte final del libro, y da cuerpo al volumen. Esto significa releer y corregir, claro, pero desde luego y principalmente tomar la decisión -aunque fuera provisional, como él mismo dice: Este Diario, más que ninguna otra obra mía, es un libro provisional. Es probable que, más adelante, cuando me olvide de él y lo crea nuevo, lo corrija más- de su estructura y suprimir poemas o escribir otros que cubrieran algún hueco.

     Que suprimió poemas es evidente. Primero porque cualquiera que conozca el modo de trabajar del poeta sabe que Juan Ramón tuvo que escribir más en ese período. Segundo, porque conservamos poemas que, sin duda alguna, pertenecen al mismo ciclo, como es el caso de gran parte de los borradores de Sevilla.

      Que añadió es fácil de suponer, puesto que son numerosos los poemas sin fecha. 

      La provisionalidad, por último, queda clara cuando vemos las dudas que se plantea sobre el mismo título del libro antes y después de publicarlo. Diario de un poeta (en la cubierta y en el lomo de 1917), Diario de un poeta recién casado (en la portada de 1917), Diario de un poeta reciencasado [sic] (ya en Poesías escojidas de 1917), pero de nuevo recién casado en Segunda Antolojía Poética (1919), o Diario de un poeta y mar, en 1948 (repárese que Zenobia tenía como apellidos Camprubí AYMAR), y nuevamente  reciencasado a la altura de su muerte.
     
      Pero el poeta comprende pronto que el libro ha alcanzado una importancia sintomática y genérica de la que no puede prescindir, que lo hace imposible de sufrir cambios importantes, pese a que más de una vez pensó en dividirlo en dos, uno en prosa, bajo el título "Norteamérica", parte de uno mayor, Viajes y sueños, y otro en verso: El amor en el mar.

     ¿Qué puede todo esto importarle a un lector que no busque erudición alguna, sino el simple y mayor placer de la lectura? Además de la comprensión amorosa de los poemas en verso, atrae la sorpresa que surge del contraste entre un nuevo concepto de poesía instrumental y reflexiva y el verso. 

      Juan Ramón no escribe prosa o verso por capricho, sino que emplea en este libro la prosa para referir lo externo a sí mismo o la impresión sufrida por algo concreto, así como la reflexión a lo que lo condujo. Esa prosa cuidadísima, en la ninguna palabra sobra o falta, se convierte en un diálogo consigo mismo, en un espejamiento del yo proyectado sobre los objetos o sucesos que la cultura o el sentimiento ponen en juego. Resulta una obviedad decir que es un libro de viajes o responde a la estructura del diario. Ya lo dice el propio autor. Importa el juego con los hábitos retóricos. Literariamente puede viajar sin viajar y trazar las líneas ficticias de una vida. Es cierto que el poeta se traslada físicamente, pero ello cobra significación al enfrentarlo que otras personas y otras cosas, no hay tanto deseo que conocer como de conocerse.

     El poeta subsume el amor a la mujer en el amor por la belleza, la verdad y la poesía. Como en él es habitual, Juan Ramón Jiménez vive en la poesía y el exterior sólo cobra sentido si se integra en ese mundo poético sólo suyo. De ahí la importancia del título del libro.

     Probablemente Diario un poeta hubiera sido un título perfecto, pues el poeta o lo es en plenitud o no es poeta, luego el adjetivo pudiera ser innecesario. Decide, sin embargo incorporar una clarificación: se trata del poeta en su máxima capacidad amorosa, recién casado (de ahí la posterior unión de las dos palabras, con objeto de dejar más clara la situación de plenitud). Es una situación creativa individual intraspasable que simboliza (con la mujer exclusiva, única, perfecta personalización de la poesía, a la manera de la rima XXIII de Bécquer) la unión del poeta con la inmensidad: el mar, el océano. De ahí la importancia, aunque luego se suprimiera por parecer, tal vez, un simple juego, del "poetA Y MAR".

     Un libro clentral en la poética juanramoniana, pero también de lo que el crítico C. B. Bowra denominó, olvidando imperdonablemente al moguereño, la herencia del Simbolismo. Una obra de plena madurez intelectual y poética.

El Simbolismo, de Bécquer a Antonio Machado

      Aunque he repetido esta argumentación en otros lugares y, especialmente en mis libros sobre el Simbolismo, creo que no está de más volver a poner en circulación este artículo que publiqué en ABC de Madrid el 15 de diciembre de 1998.


domingo, 7 de febrero de 2016

Disciplina y rebeldía (Homenaje a Cervantes desde Azorín y Onís)

Probablemente los promotores de la celebración del centenario de El Quijote en 1905, y especialmente José Ortega Munilla, director entonces de El Imparcial, comprendieron que los distintos actos que se programaran iban a ser de afirmación nacional, pero de una nación vista a través del monóculo rosa que el poeta simbolista belga Émile Verhaeren afirmaba que era lo único que podía permitir ver una España sin problemas. Así se justifica la elección que el diario hiciera de Azorín para que elaborase los reportajes que dieron lugar al libro La ruta de don Quijote. El joven periodista había ya publicado algunos artículos que ofrecían un acercamiento novedoso a la obra de Cervantes, como “La novia de Cervantes”, que se integró en Los pueblos, y otros.
En “El caballero del verde gabán”, recogido más tarde en el libro Con Cervantes, confesaba Azorín que no podía decir si Don Quijote era un loco o un sabio. En unos artículos de 1898 (como “¡Muera don Quijote!), Miguel de Unamuno había renunciado al héroe cervantino, por preferir a Alonso Quijano, el bueno, y centraba el motivo de su elección en la recuperación de la cordura por el personaje en el momento previo a la muerte. Es verdad, escribe Azorín, que “Don Quijote no tiene plan ni método; es un paradojista; no le importan nada las conveniencias sociales; no teme al ridículo; no tiene lógica en sus ideas ni en sus obras; camina al azar, desprecia el dinero; no es previsor; no para mientes en las cosas insignificantes del mundo”. Pero cabe hacerse una pregunta y la hizo: “¿Qué creéis que importa más para el aumento y grandeza de las naciones: estos espíritus solitarios, errabundos, fantásticos y perseguidores del ideal, o estos otros prosaicos, metódicos, respetuosos con las tradiciones, amantes de las leyes, activos, laboriosos y honrados, mercaderes, industriales, artesanos y labradores?”.
Azorín sabe bien que los grandes países europeos, como Francia o Inglaterra, se han hecho con el trabajo serio, concienzudo y continuo del burgués y no con aventureros idealistas. Comprende que la historia de España abunda de conquistadores y místicos apasionados, pero ha faltado en ella bastantes dosis de razón y reflexión. Por eso concluye. “Sintamos una cordial simpatía por los primeros; pero, al mismo tiempo ―y ésta es la humana y perdurable antinomia que ha pintado Cervantes―, deseemos tener una pequeña renta, una tiendecilla o unos majuelos”. Puede parecernos una elección pequeño-burguesa y poco valiente, pero Azorín defiende una moral individual del trabajo y del esfuerzo que se convierta en voluntad y logros colectivos.
Don Quijote vendría a ser, por lo tanto, el símbolo y el espejo de quienes viven en un combate por imaginaciones inalcanzables. ¿Cómo explicar entonces a Don Quijote, que tantas veces apareció como símbolo de lo español más auténtico, sin que se cargue sólo de significación negativa? El capítulo final del libro azoriniano, después del recorrido manchego, ofrece una respuesta. La tierra y sus gentes no pueden sino producir desvaríos. Esos desvaríos condenan a don Quijote, pero hay otra visión del caballero: la que lo descubre viviendo, ingenua y generosamente, por un ideal, sin dejar de saber que será siempre inalcanzable. Ello no debe significar la pérdida de la razón, sino todo lo contrario, al fin y al cabo, es un pensamiento digno del Albert Camus de El mito de Sísifo”. Una filosofía existencialista no está reñida con una moral de coraje.
Federico de Onís, en una conferencia pronunciada en la Residencia de Estudiantes el 5 de noviembre de 1915, exigirían combinar disciplina y rebeldía. “Nadie ―escribió Onís― puede decir que ha abandonado una doctrina sin haber creído en ella, ni una mujer sin haberla amado; es decir, sin un desgarramiento de sí mismo, sin una crisis íntima, llena de peligros y de posibilidades de renovación”. La España actual nos obliga una vez más a reflexionar sobre lo mismo, idéntica reflexión sobre los sueños, la realidad, el trabajo y la moral colectiva. 

domingo, 17 de enero de 2016

Reflexión en Palermo sobre el totalitarismo

En Sicilia veía Goethe el resumen de lo que era Italia. El mármol limpio y oculto le llamó especialmente la atención durante su estancia en Palermo cuando, con motivo de un gran aguacero, “la corriente de la lluvia, encauzada entre las contrapuestas aceras” se llevó por delante, calle abajo, la basura, echando “el grueso de la inmundicia de un lado a otro” y dibujando “raros y primorosos meandros sobre el pavimento”. Inmediatamente después, “cientos y cientos de hombres, armados con escobas y horquillas” ensanchaban los lugares limpios y los unían entre sí —escribe Goethe— dejando “un primoroso y serpenteante camino” por el cual pudo pasar sin mancharse el clero, con el virrey a la cabeza.
Convirtamos esa descripción en alegoría y estimemos que se trata aquí del milagro y del misterio de que la sinceridad permanezca por debajo de la corrupción. Los totalitarismos que sufrimos italianos españoles, esos totalitarismos que buscan y consiguen instalarse ahora en distintos países, son regímenes corruptos en su propia esencia que ocultan bajo el barro, sin dejarla ver, cualquier ética. También en las democracias hay corrupción, aunque de forma esporádica, y no constituye un elemento definitorio. 
Hago notar que cada vez me preocupa más saber cómo se producen los fenómenos históricos, y no tanto los fenómenos en sí. Me interesa, pues, de qué forma se acumuló la basura y luego se despejó el camino, más que la basura en sí misma. Cómo se llegó, por ejemplo, al régimen de Mussolini, que en sus inicios engatusó a gente tan seria e interesante como el francés Georges Sorel, autor del influyente libro Reflexiones sobre la violencia, o al colombiano Jorge Eliécer Gaitán, quien denunciase las famosas y terribles matanzas de las bananeras, luego noveladas por Álvaro Cepeda Zamudio o Gabriel García Márquez. Ambos, Sorel y Gaitán, poseían importantes lazos italianos. También de qué modo y por qué razones se llegó, no tanto a la guerra civil española, como a la implantación del régimen político emanado de ésta y tan ayudado, en sus inicios, por el dinero italiano. Cuál es el motivo de que los españoles sigamos marcados por aquella guerra tan lejana. Recordemos aquí y ahora, porque Italia y España no están, según veremos en estos días, tan lejos, una frase definitiva de Eugenio D’Ors: “Que cada palo aguante su vela, pero la nuestra es una vela latina”.

En el Palazzo Chiaramonte-Steri, que fue residencia de la inquisición en Palermo se han descubierto unos muros en los antiguos calabozos donde se conservan escritos garabateados por los allí prisioneros. Palacio y cárcel, pues, los dos símbolos más claros del poder, de todo poder. Ahora bien, la identidad del totalitarismo se define frente a la identidad de la democracia, no tanto por el palacio, no tanto por la cárcel, que ambos sistemas comparten, al fin y al cabo, sino por la publicidad, por la existente o no existente transparencia. “La transparencia, dios, la transparencia”, diremos con Juan Ramón Jiménez. La propaganda aplicada al poder busca construir una nueva identidad que, en el caso de los totalitarismos fascistas, se decía acendrada en las tradiciones.
En una cárcel estuvo también otro creador muy querido por mí, aunque pudiera parecer a veces la antítesis de Juan Ramón. Me refiero a Miguel Hernández. En la cárcel escribiría uno de sus últimos poemas, titulado “Ascención de la escoba”. Dice el poeta que la escoba, una escoba parecida a aquellas que, según, Goethe limpiaban de barro y de basura las calles palermitanas: “Para librar del polvo cada cosa / bajó, porque era palma y azul desde la altura”. La palma, acostumbrada a mecerse en el cielo, como las maravillosas palmeras de esta ciudad, desciende a la tierra para convertirse en escoba. Y al final del poema, se expresa la esperanza pues, invertida la escoba, “asciende una palmera, columna hacia la aurora”. El poeta —como las políticas real y sinceramente democráticas de transición— obra el milagro de convertir la escoba en palmera hacia la luz. No sé si ustedes creen en los milagros, pero tal vez deberían planteárselo.
Una tarde de mil quinientos cincuenta y tantos, en Casalbordino, provincia de Chieti, en los Abruzos, se le apareció la virgen a un pobre campesino y le anunció que, dados los enormes pecados que cometían quienes se decían cristianos, su hijo Jesucristo enviaría una enorme tormenta que inundaría campos y ciudades. Y dicen las crónicas que así fue: “haveva determinato di distruggere tutto il mondo con la grandine et la tempesta”. Cientos y cientos de hombres, como diría siglos después Goethe de las calles de Palermo, armados con escobas y horquillas tuvieron que limpiar y ordenar los campos y, en el pueblo, en Casalbordino, dejarían un serpenteante camino para que pasaran las autoridades eclesiásticas. Pero éstas descubrieron que, en las tierras del pobre campesino temeroso de Dios a quien la virgen anunciase el desastre, no había llovido y el campo estaba repleto de flores. Se decidió levantar allí una basílica, con unas bellísimas palmeras en el claustro. La palmera, el símbolo de la luz y la esperanza que, puesta boca abajo, retira la basura del camino. Es el Santuario Santa Maria dei Miracoli.
El Palazzo Chiaramonte-Steri, de Palermo, está situado junto a la Porta dei Patitelli, más conocida como Porta di Mare, que ya existía en la Sicilia islámica bajo el nombre de  Bab al Bahr. Próximas a la muralla de la ciudad árabe crecían las palmeras, y el poeta árabe siciliano Adderrahman de Trápani juega con ellas en un poema que cita Adolfo Federico de Schack en su libro clásico Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia (1877) y que leo en la traducción de Juan Valera: “Las dos palmas que crecieron / sobre la misma muralla / allí parecen amantes / que temerosos se amparan / O, más bien, que con orgullo / su fina pasión proclaman, / y los celos desafían, / y burlan las amenazas. / Nobles palmas de Palermo, / que la lluvia en abundancia / os bañe; creced frondosas / mientras duerme la desgracia”.
La desgracia ¿Qué desgracia? Para nosotros, el barro que trae la lluvia, la basura del totalitarismo, y que luego cientos de hombres deberán barrer para que veamos el mármol de suelo que nos sustenta, un mármol que tal vez esté ya dañado, porque el más grave problema de las dictaduras y los totalitarismos es que dejan a los países enfermos. Cuenta Goethe preciosamente que, cuando preguntó en Palermo por qué razón no limpiaban antes las calles de inmundicias le respondieron: entonces quedaría al descubierto el mal estado del piso.


sábado, 2 de enero de 2016

"Prohibido salir a la calle", de Consuelo Triviño, una metáfora existencial


Todo lector de Tolstoi sabe que, cuando Anna Karenina se suicida al echarse bajo las ruedas de un tren que llega a estación, falta aún una cincuentena de páginas para que la novela acabe. No es por lo tanto la peripecia personal y trágica del personaje lo que más preocupaba al autor, sino las circunstancias en las que se inserta y el valor simbólico que el adulterio adquiere. Precisamente, la fuerza de la literatura radica en su capacidad para resituar los hechos en el mundo y elevarlos del grado anecdótico al de categoría. Muchos se conforman, sin embargo, con la transparencia más inmediata del texto, y no buscan levantar ese mantel que permite descubrir la entraña de la significación literaria.

Así, numerosos comentaristas han solido leer Prohibido salir a la calle, la primera novela de Consuelo Triviño Anzola, como una obra autobiográfica, una obra costumbrista sobre la Bogotá de los años sesenta del siglo XX o, incluso, como una manifestación de las constantes de la literatura feminista. También a la manera de una novela de infancia. Algunos, más perspicaces, la creen un “Bildungsroman”, una novela de aprendizaje. Claro que tendría que ser el aprendizaje sólo de la primera etapa de la vida, pues la peregrinación indispensable en dicho género, el “Wanderjahre”, tan sólo se anuncia simbólicamente en la frase final de este libro
Hay en la novela de Triviño, desde luego, pero también en cualquier otra, elementos autobiográficos y costumbristas, incluso desde el punto de vista lingüístico. Cuando un personaje abre una puerta, por ejemplo, en la descripción del hecho se vuelca la experiencia personal del narrador que abrió muchas puertas en su vida, así como los hábitos de decoración y uso de su tiempo. Cuando se habla de la infancia, rebrotan en la pluma del escritor palabras que escuchó de labios de su madre y que luego había olvidado. Pero ello no es ni autobiografía ni costumbrismo. También, al situar al personaje en los años infantiles, la novelista ajusta las cuentas con ese período de su propia vida que, necesariamente, se integra en un período histórico. Pero Prohibido salir a la calle va más allá de la autobiografía y del costumbrismo, del mismo modo que Anna Karenina no puede limitarse al deseo desenfrenado de su protagonista, ni permitirnos preguntar por la eficacia  del sistema de frenos de los ferrocarriles rusos en la época.

Si en Tolstoi lo importante no es exactamente el adulterio lo que debe tenerse en cuenta, sino la crisis de los valores sociales y su repercusión en la acción política que una ruptura matrimonial implicaría, la descalificación, por ello, de Karenin para ser ministro del zar, en la novela de Consuelo Triviño no es tanto la prohibición lo que importa, o la misma calle, sino el hecho de salir y, desde luego, el modo de narrar cómo la protagonista se hace consciente de las prohibiciones y de la necesidad de contornearlas. ¿Pero de dónde no puede salir la protagonista? De la casa, indudablemente, para caer en los peligros ciudadanos, pero también y sobre todo de las contradicciones en las que la educación inicial sumerge al individuo.

No puede, tampoco, limitarse esta importante novela colombiana a la aventura del descubrimiento de la feminidad, porque ésta, como la masculinidad, no es sino uno más de los rasgos de la vida. Lo que se descubre aquí es su valor, establecido en confrontación con una masculinidad que definen, precisamente, las propias mujeres de la casa. Las responsabilidades sociales que la niña aprende no se corresponden con las asumidas en su hogar, del mismo modo que la escuela, con su teoría tan fundamentada, solapa la realidad de la vida. La protagonista, observadora inteligente, no puede sino someter a crítica todo el sistema. Ahí radica su aprendizaje. No se trata de una cuestión de sexo (de género, como se mal traduce), sino de poder, y éste recae en unos casos sobre los hombres y en otros sobre las mujeres, de forma tan aleatoria o injusta como se ejerce en la sociedad.

El universo de Prohibido salir a la calle es una metáfora de la vida social que todo ser humano tiene que ir desmontando de su estrategia significativa, y de ahí la importancia de la novela, mucho más allá de la peripecia superficial. Si los primeros cuentos de la autora, según tuve ocasión de escribir en un texto anterior (www.pasavante.blogspot.com del 19 de enero de 2015), transmitían la constancia de la soledad fijada simbólicamente en seres fracasados que pretenden huir, es natural que Consuelo Triviño Anzola sintiese la necesidad de rebuscar los motivos de la insatisfacción en los orígenes de la personalidad. A lo largo de toda la obra, la sociedad se construye, no sobre la plenitud de sus individuos, sino sobre una insuficiencia que los obliga a continuar andando, sin prisa ni pausa, para que la estructura social siga dialécticamente hacia un destino desconocido. En este caso, el personaje comprende que la prohibición no es tanto la de salir a la calle amenazadoramente peligrosa, como la de convivir con un padre cuyos usos vitales siempre estuvieron desajustados con los comunes y que se aparece como una posibilidad de libertad y rebelión.
Por eso Prohibido salir a la calle es una novela que nos importa por encima de una lectura literal y que acoge a cualquier lector en su reflexión sobre la conformación social del modo de vida. Si, para unos, puede encandilar con su anécdota tan vívida, para otros deviene la expresión de cómo el individuo construye su personalidad en el imprescindible enfrentamiento con la organización familiar y social.