En 1943 se publicó en los Estados
Unidos una narración de Ayn Rand que gozó de enorme difusión y hoy parece algo
olvidada. Cinco años después, dirigido por King Vidor, Gary Cooper dio cuerpo
al arquitecto Roark que la protagonizaba. No está de más decir ya aquí que Ayn
Rand, sus libros sobre pensamiento social y político y la larga novela El
manantial son objeto de devoción entre los políticos neo-conservadores, que
se califican a sí mismos de liberales.
Hacia el final de la novela, el
arquitecto protagonista, acusado de haber destruido unos edificios que diseñara
pero que no se habían construido siguiendo exactamente sus planos, pronuncia
ante el jurado un largo discurso que ha sido múltiples veces reproducido y, hoy
en día, se pasea orgullosamente a través de la Red.
Las palabras de Roak quisieran ser
una defensa de la importancia del individuo. Cuando se publica el libro, aún no
ha terminado la segunda guerra mundial, pero las resistencias anticomunistas
son ya evidentes en los Estados Unidos, por lo que resulta explicable que esa defensa de la libertad
individual resbale hacia una crítica de cualquier sentido colectivizador: “La
mente es un atributo del individuo. No existe una cosa tal como un cerebro
colectivo. No hay una cosa tal como el pensamiento colectivo. […] Ningún hombre
puede usar sus pulmones para respirar por otro hombre”. Si en el individuo radican funciones
imposibles, no ya de colectivizar, sino incluso de compartir, se justifica que
cada persona se considere absolutamente independiente de los demás.
Frente al individuo
independiente, que tanto defiende la autora, pudieran presentarse otros que
afirmen vivir para los demás, dedicarse a defender los derechos comunes, pero
Roak asegura que son seres innecesarios, simples parásitos que no es que vivan
para los demás, sino de los demás. La sociedad, por lo tanto, se resentiría
gravemente de cualquier norma que restringiese la voluntad individual.
Pese a la
elementalidad del razonamiento, ya pueden vislumbrarse las implicaciones
políticas del modo de pensar de nuestro arquitecto y el por qué resulta
modélico para los neo-conservadores. Ayn Rand, entendió muy bien que el trabajo
del arquitecto ofrecía una posibilidad de tratamiento literario claramente
simbólico. Es la profesión en la que la metáfora divina de la construcción del
mundo resulta más legible. En ella se unen la actividad creadora, la manual y
la intelectual, entendiendo aquí por intelectual la capacidad de elaborar un
concepto de mundo, de magna organización, de planificación. ¿Ante esa defensa
del individualismo, dónde queda la función de la sociedad y no digamos la del
Estado? La novela no lo aclara, pero hay que suponer ―y más conociendo la
novela siguiente de la autora, La rebelión de Atlas― que se espera que
no sea sino la menor posible, tal vez mínima.
Roark, corregir errata. El nombre, pronunciado en voz alta, es decir, la fonética más que la grafía, como suele suceder en inglés, alude a dos componentes: hard 'duro' y roar 'rugido', que traen a la mente de modo inmediato el rugido del león y también el estampido de las explosiones en la cantera. Desde el inicio el nombre expresa la dureza y rigidez del personaje, mucho más clara en la novela, con su fantástico inicio, donde el agua está inmóvil y la piedra fluye y el cuerpo desnudo se destaca sobre el brillo de la roca como un semidiós, en una pausa más dinámica que el movimiento:
ResponderEliminarHOWARD ROARK laughed.
He stood naked at the edge of a cliff. The lake lay far below him. A frozen explosion of granite burst in flight to the sky over motionless water. The water seemed immovable, the stone-- flowing. The stone had the stillness of one brief moment in battle when thrust meets thrust and the currents are held in a pause more dynamic than motion. The stone glowed, wet with sunrays.