lunes, 22 de diciembre de 2014

Experiencia y literatura

Permítanme que incluya una página de una novela que fue uno de los grandes éxitos internacionales de venta, una novela publicada en lengua alemana el año 1939: Hotel Shanghai, de Vicki Baum.

La existencia de los hombres de nuestra época es muy singular; en esta era, las convulsiones, las perplejidades, la inestabilidad convulsionan todo. Una red sanguinolenta de guerras y de revoluciones se ha extendido por la tierra y miles de seres se ven mezclados y encuentran una muerte cruel. Millones en la guerra mundial. Centenares de miles en la revolución rusa; otros millones en las luchas entre Chang Kai Chek y los comunistas chinos. Millones perecen por las inundaciones, las penurias  y las epidemias en los países vencidos. ¡Cuántas vidas de hombres perdidas en Abisinia, en España, en Manchuria! ¿Cuántos han muerto en las cárceles alemanas, italianas, rusas, japonesas? ¿A cuántos se ha matado, cuántos indeseables simplemente han desaparecido, cuántos, temerosos de vivir, se han suicidado, sin hablar de los que mueren de hambre en los países civilizados y humanos, que mueren de hambre en la calle? Es una época de catástrofes y tal vez de regeneración. No existe una familia o un individuo que no hayan padecido una atroz y gran aventura.
Pero ved a estos hombres que fueron héroes o mártires, que atravesaron un infierno imposible de describir, viven, comen, duermen, telefonean, pagan a la lavandera, integrados en el engranaje de las ciento operaciones irrisorias de la vida cotidiana; pierden el autobús, ofrecen un cigarrillo a su patrón, mantienen unas modestas y temerosas cuentas bancarias, se acatarran y se disgustan por ello; bailan el fox-trott y canturrean las canciones de moda, conocen a gente y dicen tonterías, se suscriben a los periódicos y se olvidan en casa el pañuelo, ven cómo sube su salario y contratan seguros de vida, compran impermeables, se acuestan con mujeres y crían a los niños, -son al fin y al cabo hombres, y nada es tan grande ni tan terrible que no pueda olvidarse en beneficio de pequeñas alegría y pequeños dolores, que acaban siendo más importantes que las luchas de gran mortandad por un mundo en gestación. [...] La facultad de olvidar es la bendición más importante que se sea otorgada y, de ordinario, nos es entregada como elemento propio, como hogar para nuestra alma.

No es la observación de Vicki Baum totalmente original. Cervantes lo había resumido diciendo que no es bueno que el arco esté siempre tenso, pero la novelista alemana la hace muy sugerente desde el punto de vista narrativo. Ya no es una máxima ética, sino un argumento novelesco. Y en él vemos, no ya la deducción de una experiencia, sino su latir.
Cuándo llegamos a conocer a una de las personas a las que se refiere la página de Hotel Shanghai, ¿con cuál nos enfrentamos, con la que padeció o con la que vive? Más aún, ¿sabemos por la que ahora encontramos cómo fue su vida anterior? Pongámosle nombre. Lo tomamos de la propia novela. Frank. Helen. Chang. Endo. Cualquiera de ellos. ¿Qué significan? Si cada uno de ellos es un signo y, como tal, adquiere valores representativos, ¿qué representan, qué significan? ¿Un presente? ¿Un pasado? ¿El estar o el ser? ¿El ser o el haber sido? Se me dirá que el ser en virtud de un haber sido, pero eso, lingüísticamente, rompe la sincronía imprescindible para el análisis.
En el análisis lingüístico, el pasado fonético o semántico de una palabra resulta irrelevante. Importará para la historia de la lengua, pero no para la comprensión que siempre se hace sobre un estrato sincrónico. Así, cuando nos enfrentamos con una frase como "Era una mujer espantosa", estamos seguros de que el adjetivo tiene un valor negativo, despectivo. Sin embargo, no era esa su significación en el siglo XVII, sino prácticamente la contraria. La lengua portuguesa ofrece ahí uno de sus falsos amigos con respecto a la española.
Ahora bien, para el mejor entendimiento de la vida cotidiana, nuestra experiencia nos dice que la sincronía no basta.
“Tu calle ya no es tu calle / que es una calle cualquiera / camino de cualquier parte”. Así dice la soleá de Manuel Machado. La calle fue, pero ya no es y, sin embargo, sigue siéndola porque la mozuela, muy probablemente, allí continúa viviendo cuando el enamorado la rechaza.
Deberían quedar en las palabras como en los rostros las arrugas que marcan el paso de los años y de las experiencias. Pero si quedan esas huellas, sólo los especialistas son capaces de ordenarlas.
El fluir de la vida, aunque deja huella, no se fija en ella. De ahí la importancia del texto, pero también su miseria. Significa sin significar. O porque significa deja de hacerlo. Y, en cualquier caso, sólo lo hace si el receptor es capaz de atender los distintos niveles por los que la significación se distribuye. En esa incapacidad del lenguaje, de cada lenguaje, se asienta la importancia de la semiótica.

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