Es verdad que la pasión
es apasionada. Es también harto peligrosa y traicionera, porque si puede
aportar grandes satisfacciones, también resulta dolorosa y motiva el llanto. Y
es que con pasión pueden vivirse incluso el sentimiento y la aventura más
dolorosos. El año 2000 publiqué ―perdónenme
la autocita― un libro sobre la novela simbolista que titulé La pasión del desánimo, porque entendí
que incluso el convencimiento enfermizo de la decadencia puede vivirse con
absoluta entrega.
Podríamos pensar que, si
algo no puede encerrarse en una metodología de análisis es la pasión. ¿Cómo
contener lo que, por esencia, no puede sufrir contención alguna? ¿Imaginamos,
acaso, que alguien pudiera decirle a otra persona: “―Estoy apasionado por ti,
pero dentro de un orden”? ¿Qué pasión sería ésa? ¿Qué pérdida de límites? ¿Qué
entrega total?
La pasión no es
fácilmente controlable, pero sí describible y explicable. Porque la pasión, que
es según el diccionario es lo contrario de la acción, se manifiesta y, como
manifestación, se convierte en actos, gestos, signos. La pasión, por lo tanto,
se convierte en enunciado. Enunciamos la pasión. Pero es que acción y pasión
son contrarios, pero no contradictorios. Por eso, la pasión no es la acción,
pero puede manifestarse en actos.
Si la pasión puede ser para
el contemplador un efecto de sentido que produce la lectura de determinadas
acciones, posee distintos niveles de significación. Es decir, la frase
(entendida semióticamente como conjunto de signos que basta para formar
sentido), la frase pasional. puede verse en sí misma o ya considerada en sus
relaciones contextuales, estableciéndose por encima del significado y de la
significación, considerada en su valor (en el sentido saussuriano) y dando pie
al estudio sociológico o antropológico.
Empezando por el principio,
diremos que históricamente la pasión puede entenderse como un estado de ánimo
que se caracteriza por la confusión intelectual. Esa confusión altera sin duda la personalidad,
interesando, por tanto, a la psicología y al psicoanálisis. Confusión y
personalidad alterada afectan a las relaciones entre los individuos. Podemos,
pues, recurrir para comprenderlas, como he dicho, a la sociología y a la
antropología cuando constituyen comportamientos prototípicos. Más allá del pensamiento
confuso o de la acción, es posible contemplar el discurso de las pasiones, su
narratividad. La pasión, al manifestarse como cadena de signos, recurre a
elementos significativos muy reconocibles culturalmente y, por ello, ligados a
épocas determinadas, geografías más o menos precisas, jerarquías y usos
sociales.
La mayor parte de los
signos de la frase pasional tienen carácter no verbal, pero del mismo modo que
si fuesen palabras, están ligados a un idioma gestual tan limitado o tan
abierto como cualquier lengua. De ahí que, a través de Greimas, la semiótica
haya considerado el estudio de las pasiones como cadena sígnica. La
particularidad de la pasión es que la acción significativa responde a un deseo
del sujeto y, más que a un deseo, a una conmoción. De modo que, lo que el
contemplador interpreta claramente pudiera resultar inconexo y confuso para el
emisor. Luego, si el sujeto busca hacer creer para conseguir hacer hacer, el
contemplador puede o no hacer pero, en cualquier caso, lo que cree no es
exactamente lo que el sujeto creía. La semiótica de las pasiones, pues, es una
semiótica de la incomprensión.
Dicho de otra forma, si
en un complejo actancial distinguimos entre un sujeto-agente y un
sujeto-paciente, en el caso de las pasiones agente y paciente pueden
inscribirse en el mismo actante, porque el mismo que ejecuta la acción la sufre.
De ahí que Greimas afirme que los estados pasionales pueden interpretarse dentro
de un sistema de reconocimiento como modelos de previsibilidad.
Es imposible separar el
estudio de las pasiones de la preocupación por el cuerpo y de las teorías del
movimiento y la representación. Importa para la pintura y el teatro. En ambos
casos, además, la dificultad de representar las pasiones extremas conduce a la
representación del ver la pasión, como explicó en su día Omar Calabrese.
Textualizar la pasión,
es decir, considerarla como enunciado, significa introducirla en la dialéctica
temporal ineludible para toda teoría comunicativa seria. Porque el presente de
los signos exige el pasado de una codificación y el futuro de la significación.
Esa temporalidad supera la falsa agitación del cuadrado semiótico greimasiano
que articula querer, deber, poder y saber. El querer niega el saber, anula el
deber y busca convertirse en un poder futurible.
Hay, pues, mucha tela
que cortar cuando nos enfrentamos con las pasiones. Lo importante es saber si
conocemos algo más de la pasión que el discurso a que da lugar y, por ello, si
conocemos algo más de la pasión que no sea la ficción, el parecer, ya que para
nosotros como sujetos no viene a ser sino confusión. Incluso el psicoanálisis
busca penetrar en nosotros a través del discurso que elaboramos. Un discurso,
pues, que nos sodomiza.
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