Se repite hasta la saciedad (buscando probablemente que acabemos, por cansancio, creyéndolo) que existe una unidad indisoluble entre lengua, cultura, territorio y nación. En el caso español, echémonos a temblar si los políticos descubren un día que Carabanchel o Aranjuez son topónimos vascos, o que Llerena demuestra la proyección hacia el sur del dialecto leonés.
La aventura de las lenguas no puede sino hacernos reflexionar sobre la relación entre lengua y cultura, así como obligarnos a dudar de que la lengua constituya indefectiblemente signo de la pertenencia del indiviudo a un grupo cultural determinado. Las lenguas no sostienen una cultura, sino que, por el contrario, son las culturas las que justifican las lenguas. Al menos seis mil lenguas se hablan hoy en el mundo, los estados sobreranos rondan los doscientos; las culturas sobrepasan sin duda esta última cantidad, pero no se acercan a la primera.
Las culturas vivas no son un legado de normas, valores, símbolos y ritos dignos de un estudio arqueológico, sino un proceso en marcha de relaciones sociales que está en continua evolución y en su giro, arrastra, mezcla, destruye y construye las lenguas. La unidad de lengua, cultura, territorio y nación es un concepto ideológico de origen romántico frabricado para ejercer el poder; sirvió para la creación de los grandes estados modernos, pero difícilmente resiste un análisis científico.
Puede afirmarse que las lenguas se distinguen según usos comunicativos; las culturas por motivaciones de intercambio; los territorios por argumentos geográficos, y las naciones en virtud de criterios políticos. En pocos casos los argumentos de los cuatro tipos llegan a coincidir en sus conclusiones.
Si alguna lengua sirve de ejemplo para negar la correspondencia entre lengua y nación, ésa es precisamente la lengua española. Tan discutible es, al menos, que pueda hablarse de una sola cultura expresada en español, como de varias según las lenguas que se utilizan en el territorio del Estado. En el caso americano, las nacionalidades se crearon con el español como lengua y despreciando las hablas indígenas. Cuando en algún país, caso de la Argentina, se teorizó sobre una lengua propia distinta del español, quiso caracterizarse el idioma con usos dialectales que se dan en otras zonas de la lengua, incluida España.
Al comparar los límites de los distintos estados americanos al sur de Río Grande y la división provincial de España (ambos producto de la reflexión decimonónica), vemos que no se da una correspondencia entre lenguas y fronteras administrativas. En unas ocasiones porque las lenguas autóctonas superan dichos límites o no los alcanzan, en otros porque la lengua mayoritaria (el español) las sobrepasa a todas.
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