lunes, 19 de enero de 2015

La prehistoria de Consuelo Triviño

     Resulta siempre interesante repasar los escritos iniciales de un autor porque suelen encontrarse rasgos que caracterizarán su estilo y, también, temas luego recurrentes.



Por eso me ha resultado fascinante la lectura de la plaquette que, bajo el título Siete relatos, plublicase en Bogotá, y en 1980, Consuelo Triviño. Halla el lector elementos  formales y temas que serán constantes en su obra. 

El breve prólogo de presentación —firmado por Harold Alvarado, un poeta con cierta fama por entonces de rebelde— no le hace curiosamente ningún gran favor a la autora, pues relega los cuentos a unas experiencias reales comunes y pasajeras, intrascendentes por lo tanto, y limita su pericia narrativa a un hacer casi instintivo. Pero, precisamente, si algo de valor hay en estos relatos es todo lo contrario: una evidente voluntad de literaturización de la experiencia que, a la vez, se eleva como pantalla inteligente capaz de difuminar las posibles anécdotas dentro de un crisol repleto de misterios, ensueños y frustraciones de origen romántico. No es tampoco, creo yo, Boris Vian el modelo que pudo servir de referencia a Triviño, aunque tal vez lo hubiera ya leído, sino la lectura de Kafka, que le enseñaría lo absurdo de las relaciones humanas, y la de Borges de quien, como tantos escritores de su generación, aprendería cómo la técnica literaria puede desideologizar los sentimientos de mayor compromiso a través de la magia de lo cotidiano. El interés sostenido de estos planteamientos explica que la autora buscara reescribir mucho después algunos de estos cuentos en un libro mayor.

En un artículo treinta y tantos años posterior sobre Javier Marías, Consuelo Triviño subraya la importancia de fijar el punto de vista narrativo a la hora de encarar cualquier relato. Esta preocupación está ya presente en sus cuentos de 1980, cuando disocia los receptores del relato "Emma", el teórico innominado de todo texto y la propia protagonista de la historia: "Se alejó... se perdió...vaciló....", frente a "ahí estás... recorriste, alguien te esperaba...". En otras ocasiones ("Yo no los maté") introduce la primera persona reflexiva dentro de la narración en tercera o concluye la historia de un suicidio, que hubiera sido inverosímil en boca del suicidado, con un párrafo en primera de un narrador paralelo ("El suicida"). También se pregunta sobre la idoneidad de la historia: "...no tiene la suficiente importancia como para ser contado..." ("Sola o acompañada"). El falseamiento de la realidad se evidencia cuando la narradora ve algo invisible, lo que supone inspiración literaria y no experiencia: "Todo era tinieblas... los  ojos podían contemplarse".


En la vertiente temática, estos primeros cuentos aportan ya la constancia de la soledad, la insistencia de una búsqueda que se fija simbólicamente en seres fracasados, por lo que nunca se colma la inquietud, la dicotomía entre la mujer aburguesada que busca la libertad y la mujer libre que no encuentra la felicidad, la necesidad de la huida, de dónde sea y hasta lo indefinible, siempre en busca de una plenitud inalcanzable. Esa búsqueda continua definirá temáticamente la obra de Consuelo Triviño ya desde este cuadernillo de 1980.

 

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