Todo
lector de Tolstoi sabe que, cuando Anna Karenina se suicida al echarse bajo las
ruedas de un tren que llega a estación, falta aún una cincuentena de páginas
para que la novela acabe. No es por lo tanto la peripecia personal y trágica
del personaje lo que más preocupaba al autor, sino las circunstancias en las
que se inserta y el valor simbólico que el adulterio adquiere. Precisamente, la
fuerza de la literatura radica en su capacidad para resituar los hechos en el
mundo y elevarlos del grado anecdótico al de categoría. Muchos se conforman,
sin embargo, con la transparencia más inmediata del texto, y no buscan levantar
ese mantel que permite descubrir la entraña de la significación literaria.
Así,
numerosos comentaristas han solido leer Prohibido
salir a la calle, la primera novela de Consuelo Triviño Anzola, como una
obra autobiográfica, una obra costumbrista sobre la Bogotá de los años sesenta
del siglo XX o, incluso, como una manifestación de las constantes de la
literatura feminista. También a la manera de una novela de infancia. Algunos,
más perspicaces, la creen un “Bildungsroman”, una novela de aprendizaje. Claro
que tendría que ser el aprendizaje sólo de la primera etapa de la vida, pues la
peregrinación indispensable en dicho género, el “Wanderjahre”, tan sólo se
anuncia simbólicamente en la frase final de este libro
Hay
en la novela de Triviño, desde luego, pero también en cualquier otra, elementos
autobiográficos y costumbristas, incluso desde el punto de vista lingüístico.
Cuando un personaje abre una puerta, por ejemplo, en la descripción del hecho
se vuelca la experiencia personal del narrador que abrió muchas puertas en su
vida, así como los hábitos de decoración y uso de su tiempo. Cuando se habla de
la infancia, rebrotan en la pluma del escritor palabras que escuchó de labios
de su madre y que luego había olvidado. Pero ello no es ni autobiografía ni
costumbrismo. También, al situar al personaje en los años infantiles, la
novelista ajusta las cuentas con ese período de su propia vida que,
necesariamente, se integra en un período histórico. Pero Prohibido salir a la calle va más allá de la autobiografía y del
costumbrismo, del mismo modo que Anna
Karenina no puede limitarse al deseo desenfrenado de su protagonista, ni
permitirnos preguntar por la eficacia
del sistema de frenos de los ferrocarriles rusos en la época.
Si
en Tolstoi lo importante no es exactamente el adulterio lo que debe tenerse en cuenta,
sino la crisis de los valores sociales y su repercusión en la acción política
que una ruptura matrimonial implicaría, la descalificación, por ello, de
Karenin para ser ministro del zar, en la novela de Consuelo Triviño no es tanto
la prohibición lo que importa, o la misma calle, sino el hecho de salir y,
desde luego, el modo de narrar cómo la protagonista se hace consciente de las
prohibiciones y de la necesidad de contornearlas. ¿Pero de dónde no puede salir la
protagonista? De la casa, indudablemente, para caer en los peligros ciudadanos,
pero también y sobre todo de las contradicciones en las que la educación inicial
sumerge al individuo.
No
puede, tampoco, limitarse esta importante novela colombiana a la aventura del
descubrimiento de la feminidad, porque ésta, como la masculinidad, no es sino
uno más de los rasgos de la vida. Lo que se descubre aquí es su valor, establecido
en confrontación con una masculinidad que definen, precisamente, las propias
mujeres de la casa. Las responsabilidades sociales que la niña aprende no se corresponden
con las asumidas en su hogar, del mismo modo que la escuela, con su teoría tan
fundamentada, solapa la realidad de la vida. La protagonista, observadora
inteligente, no puede sino someter a crítica todo el sistema. Ahí radica su
aprendizaje. No se trata de una cuestión de sexo (de género, como se mal traduce),
sino de poder, y éste recae en unos casos sobre los hombres y en otros sobre
las mujeres, de forma tan aleatoria o injusta como se ejerce en la sociedad.
El
universo de Prohibido salir a la calle
es una metáfora de la vida social que todo ser humano tiene que ir desmontando
de su estrategia significativa, y de ahí la importancia de la novela, mucho más
allá de la peripecia superficial. Si los primeros cuentos de la autora, según
tuve ocasión de escribir en un texto anterior (www.pasavante.blogspot.com del 19
de enero de 2015), transmitían la constancia de la soledad fijada
simbólicamente en seres fracasados que pretenden huir, es natural que Consuelo
Triviño Anzola sintiese la necesidad de rebuscar los motivos de la
insatisfacción en los orígenes de la personalidad. A lo largo de toda la obra, la
sociedad se construye, no sobre la plenitud de sus individuos, sino sobre una
insuficiencia que los obliga a continuar andando, sin prisa ni pausa, para que la
estructura social siga dialécticamente hacia un destino desconocido. En este
caso, el personaje comprende que la prohibición no es tanto la de salir a la
calle amenazadoramente peligrosa, como la de convivir con un padre cuyos usos
vitales siempre estuvieron desajustados con los comunes y que se aparece como
una posibilidad de libertad y rebelión.
Por
eso Prohibido salir a la calle es una
novela que nos importa por encima de una lectura literal y que acoge a
cualquier lector en su reflexión sobre la conformación social del modo de vida.
Si, para unos, puede encandilar con su anécdota tan vívida, para otros deviene
la expresión de cómo el individuo construye su personalidad en el imprescindible
enfrentamiento con la organización familiar y social.
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