La
personalidad de Juan Bosch se muestra con una riqueza que no deja de sorprender
a un contemplador desavisado. Pertenece —es verdad— a una generación que dio
una serie de intelectuales que podríamos denominar “de amplio espectro”,
capaces de actuar en campos diversos y siempre dejando muestra de una
personalidad fuerte. Cinco años más joven que Pablo Neruda, uno más que la
francesa Simone de Beauvoir, el puertorriqueño Juan Antonio Corretjer, el
italiano Elio Vittorini, el brasileño Guimarães Rosa o el también dominicano Rodríguez
Demorizi; un año mayor que Mújica Laínez, Lezama Lima, Paul Bowles, Jean Genet
o Miguel Hernández; comparte fecha de nacimiento con gentes como Onetti,
Josefina Pla, Ciro Alegría, Ernst Gombrich o Norberto Bobbio. Es decir, una generación
que vio su vida profundamente afectada por el ascenso de los fascismos, la
guerra civil española y la segunda guerra mundial, para comprobar luego cómo,
en Iberoamérica y en otros lugares, se imponían sistemas sociales y políticos
que atornillaban la denominación de mundo libre a través de políticas
autoritarias, cuando no dictatoriales.
Son
intelectuales lanzados al encuentro político, e incluso a la acción política
directa, desde el deseo de expresar el mundo. Pasaron de querer describir el
mundo, a pretender ordenarlo y a decidir cambiarlo. La acción directa les
condujo a buscar el contacto con hombre común, con los individuos que hacen la
vida día a día y, para ello, acudieron, salvo excepciones, al periodismo.
Es
verdad que son unos años, los de la juventud de estos intelectuales, los años
treinta y cuarenta, en los que el periodismo cobra una importancia
especialísima. Junto a la información pura, se incorporan artículos de
escritores de distinto tipo y empieza a registrarse un desarrollo del
pensamiento en trabajos breves que irán sustituyendo, con su fragmentarismo,
los amplios volúmenes teóricos, tanto de filosofía como de teoría política. En
este sentido, la obra de José Ortega y Gasset resulta modélica, precedida unos
años antes por la amplia colaboración periodística de Miguel de Unamuno. Es
normal por ello, que los escritores se planteen el problema genérico y, de modo
muy especial, se interroguen sobre el lenguaje y la idoneidad de los distintos
estilos y registros lingüísticos.
Ante
el crecimiento del cuento frente a la novela, Juan Bosch se planteó la
necesidad de teorizar sobre un género hasta entonces considerado menor, y acaba
publicando en 1958 sus “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”. Destaquemos
que se publican, además, en un periódico, en El Nacional, de Caracas. Del mismo modo, necesita plantearse las
diferencias entre el lenguaje literario y el periodístico, reflexión que dará
lugar, el 30 de agosto de 1984, a la “Conferencia sobre periodismo y
literatura”, publicada en diciembre de ese mismo año.
Bosch
comienza su conferencia afirmando que “la literatura es arte y el periodismo es
profesión”, frase rematada con esta otra: “La literatura es un arte, no una
actividad económica”. De donde se deduce fácilmente que Bosch considera el
periodismo, sobre todo, una actividad económica. Ello no quiere decir,
evidentemente, que no pueda ganarse dinero con la literatura, sino que la
literatura no se plantea desde un principio como una actividad profesional,
incluso que, si se escribe literatura por hacer dinero, se tiene la sensación y
el convencimiento que de no era ésa la finalidad primera, mientras que es
perfectamente admisible, sin que nada amenace con producir sonrojo, hacer
periodismo con la justificación de obtener de qué vivir.
Más
allá de la cuestión profesional, el texto de Bosch deja entrever los
inconvenientes que arrastra la profesionalización, casi la proletarización del
trabajo intelectual, que hubiera escrito Plejanov. La profesión periodística
“se ejerce al servicio de empresas que son a la vez industriales y
comerciales”, dice. Por lo tanto, deducimos, ya nosotros, el periodista es un
trabajador al servicio de una organización que, pudiera no obligarle a decir
algo determinado pero, desde luego, no le permitirá actuar en contra de los
intereses empresariales. Hubiera podido el ensayista continuar por este
terreno, sin duda fácil, para denunciar una vez más la dependencia de los
periodistas de sus periódicos y de cómo la firma acaba borrándose ante la
cabecera. Pero a Juan Bosch le interesa algo totalmente distinto que empieza
enunciándose a través de un comentario sobre el problema de la entrevista. El
género era en tiempos un ejercicio de escritura, en el que el entrevistador
intentaba demostrar que había captado lo esencial del pensamiento del
entrevistado, pero la generalización de la grabadora lo ha convertido en la
transcripción de la lengua oral. Hay que tener en cuenta que para Bosch,
literato temprano, “la forma más importante y por tanto valiosa de expresión de
la lengua es la expresión escrita, no hablada”. Y esto es así porque la
oralidad es una expresión incompleta, que complementan la gestualidad y la
entonación. Además, la lengua escrita evita las confusiones que las
pronunciaciones de origen dialectal pudieran ocasionar. Bosch incluye en su
conferencia algunos divertidos errores a los que conducen los fenómenos
fonéticos, que no es necesario retomar aquí. Lo que importa es la defensa que
hace de la escritura y la crítica que se desprende de la perniciosa influencia
de la oralidad que, a través de la prensa escrita, influye en el habla popular,
al presentarse con el prestigio de lo escrito.
En
toda la conferencia sobre periodismo y literatura flota la preocupación de Juan
Bosch por el cultivo de la lengua y por su enseñanza. Denuncia una situación
que cada vez va haciéndose más grave y que, si hubiera llegado a conocerla en
su estado actual habría protestado con toda su fuerza. En tiempos se requería
un conocimiento serio de la lengua española para ejercer el periodismo, viene a
decirnos. La técnica se aprendía con la práctica. “Hoy se hace al contrario: se
enseña la técnica periodística pero no se enseña la lengua española tal como
ella debe ser estudiada […], con instrucción teórica y aplicación práctica de los
principios teóricos”. Entiende que el buen conocimiento de la lengua española
es absolutamente necesario para ser un buen profesional del periodismo. Por
eso, concluye, “lo mejor que podría hacer un estudiante de periodismo que no
domine la lengua de su pueblo es renunciar a esa carrera”.
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