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sábado, 21 de noviembre de 2015

Agustín de Foxá, de poeta a calle

Se discute en estos días, por los concejales madrileños, qué calles deben cambiar de nombre, con objeto de borrar el pasado franquista. Esto recuerda a la comisión, de la que formó parte Manuel Machado como funcionario destacado del Ayuntamiento, que tuvo encomendada esa misma función en 1939. Precisamente el poeta discutió la conveniencia de que la Gran Vía llevase el nombre del fundador del partido fascista y filonazi Falange Española, con el argumento de que la gente seguiría llamándola del modo tradicional, pero no le hicieron caso. La común dudosa cultura de los políticos suele brillar en estos casos, confundiendo unos nombres con otros o demostrando su pobre espíritu democrático, que debería predicar el respeto por los demás.
Entre los que pueden perder su calle está el poeta y novelista Agustín de Foxá, que firmaba “Conde de Foxá”. Ya esto último hace pensar en que era una antigualla viviente, aunque no fuera mal poeta. Fue, eso sí, una pluma viperina que consiguió en ocasiones páginas memorables. Así, la escena de su novela Madrid, de corte a checa, una obra repleta de odio, cuando el rey Alfonso XIII se distrae en el tiro a pichón y, al otro lado de la valla del club, unos chiquillos esperan que no falle para poder llevarse el pájaro a casa y comer un día carne. Fue también uno de los autores del himno falangista, que se escribió en comandita. 
De su pluma malévola es ejemplo el artículo “Los homeros rojos”, que publicase en el ABC de Sevilla el 13 de junio de 1939. Es una página olvidada que empieza: “Sender, Herrera, Benavides, Falcón, en la prosa; Alberti, Cernuda, Miguel Hernández, Altolaguirre, en el verso, son los triste Homeros de una Ilíada de derrotas”. Considera que el gran poema sólo pueden escribirlo los héroes vencedores. “Para el crimen entre las vallas de un solar, para la huida del Tajo, para las minas de topo contra el Alcázar, bien está en prosa vil y este verso surrealista”.
Él, que presume de escritor moderno, describe la poesía de los autores que permanecieron leales a la República como “químicamente pura, deshumanizada y tenía que concluir en el marxismo, concepto helado, simple esquema intelectual de la vida y el ala del hombre”. Para luego afirmar, con toda desvergüenza y falsedad: “Una poesía jugosa, intuitiva, […] con piel y sangre y con misterio, debía, en cambio, surgir en nuestras trincheras”. La preparación de la antología Poesía  de la guerra civil española. Antología (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2006) me permitió comprobar la frialdad y el retoricismo de la poesía de los poetas franquistas durante la guerra, de Eugenio d’Ors a Dionisio Ridruejo. Pero Foxá insiste cínicamente: “Desarraigados de la Patria, teniendo que cantar el plan quinquenal o el movimiento stajanovista, sin ninguna norma moral, los poemas de Alberti, de Cernuda, de Miguel Hernández, son unos poemas de laboratorio, sin fuerza ni hermosura, equívocos, cobardes y llorones”.

Siempre he sido contrario a que los centros públicos o las calles se dediquen a personas vivas. En los demás casos, conviene dejar pasar un tiempo prudencial para ver si los personajes se integran realmente en la cultura y en la historia nacionales. Los políticos van siempre, en cambio, a lo inmediato; tal vez tenga que ser así. El cinismo, la malevolencia, el clasismo patente en algunos de sus poemas, la escasa ética crítica y literaria hacen de Agustín de Foxá una persona no suficientemente digna para nombrar una calle madrileña. Sin embargo, no todo es desdeñable en su obra literaria y, en cualquier caso, un país tiene también que asumir su propia historia. Y no conviene responder al odio, con más odio. Mejor es que la indiferencia de las gentes les haga preguntarse, ¿quién sería el tal Foxá? Así, en lugar de tener la calle su nombre, Foxá pasaría a ser tan sólo un nombre de calle.