Se
discute en estos días, por los concejales madrileños, qué calles deben cambiar
de nombre, con objeto de borrar el pasado franquista. Esto recuerda a la
comisión, de la que formó parte Manuel Machado como funcionario destacado del
Ayuntamiento, que tuvo encomendada esa misma función en 1939. Precisamente el
poeta discutió la conveniencia de que la Gran Vía llevase el nombre del
fundador del partido fascista y filonazi Falange Española, con el argumento de
que la gente seguiría llamándola del modo tradicional, pero no le hicieron
caso. La común dudosa cultura de los políticos suele brillar en estos casos,
confundiendo unos nombres con otros o demostrando su pobre espíritu democrático,
que debería predicar el respeto por los demás.
Entre
los que pueden perder su calle está el poeta y novelista Agustín de Foxá, que
firmaba “Conde de Foxá”. Ya esto último hace pensar en que era una antigualla
viviente, aunque no fuera mal poeta. Fue, eso sí, una pluma viperina que
consiguió en ocasiones páginas memorables. Así, la escena de su novela Madrid, de corte a checa, —una
obra repleta de odio—, cuando el rey
Alfonso XIII se distrae en el tiro a pichón y, al otro lado de la valla del
club, unos chiquillos esperan que no falle para poder llevarse el pájaro a casa
y comer un día carne. Fue también uno de los autores del himno falangista, que
se escribió en comandita.
De
su pluma malévola es ejemplo el artículo “Los homeros rojos”, que publicase en
el ABC de Sevilla el 13 de junio de
1939. Es una página olvidada que empieza: “Sender, Herrera, Benavides, Falcón,
en la prosa; Alberti, Cernuda, Miguel Hernández, Altolaguirre, en el verso, son
los triste Homeros de una Ilíada de derrotas”. Considera que el gran poema sólo
pueden escribirlo los héroes vencedores. “Para el crimen entre las vallas de un
solar, para la huida del Tajo, para las minas de topo contra el Alcázar, bien
está en prosa vil y este verso surrealista”.
Él,
que presume de escritor moderno, describe la poesía de los autores que
permanecieron leales a la República como “químicamente pura, deshumanizada y
tenía que concluir en el marxismo, concepto helado, simple esquema intelectual
de la vida y el ala del hombre”. Para luego afirmar, con toda desvergüenza y
falsedad: “Una poesía jugosa, intuitiva, […] con piel y sangre y con misterio,
debía, en cambio, surgir en nuestras trincheras”. La preparación de la
antología Poesía de la guerra civil española. Antología (Sevilla:
Fundación José Manuel Lara, 2006) me permitió comprobar la frialdad y el
retoricismo de la poesía de los poetas franquistas durante la guerra, de
Eugenio d’Ors a Dionisio Ridruejo. Pero Foxá insiste cínicamente:
“Desarraigados de la Patria, teniendo que cantar el plan quinquenal o el
movimiento stajanovista, sin ninguna norma moral, los poemas de Alberti, de
Cernuda, de Miguel Hernández, son unos poemas de laboratorio, sin fuerza ni
hermosura, equívocos, cobardes y llorones”.
Siempre
he sido contrario a que los centros públicos o las calles se dediquen a personas
vivas. En los demás casos, conviene dejar pasar un tiempo prudencial para ver
si los personajes se integran realmente en la cultura y en la historia
nacionales. Los políticos van siempre, en cambio, a lo inmediato; tal vez tenga
que ser así. El cinismo, la malevolencia, el clasismo patente en algunos de sus
poemas, la escasa ética crítica y literaria hacen de Agustín de Foxá una
persona no suficientemente digna para nombrar una calle madrileña. Sin embargo,
no todo es desdeñable en su obra literaria y, en cualquier caso, un país tiene
también que asumir su propia historia. Y no conviene responder al odio, con más
odio. Mejor es que la indiferencia de las gentes les haga preguntarse, ¿quién
sería el tal Foxá? Así, en lugar de tener la calle su nombre, Foxá pasaría a
ser tan sólo un nombre de calle.
Me acabas de recordar aquel poema de Aresti en el que decía que no quería por nada del mundo que le pusieran su nombre a una calle, por todas las adherencias que acabarían sobre su nombre... De la misma forma, aunque tu escalpelo ha seleccionado muestra sobrada para cerrar la boca de cualquier panegirista, más escandaloso históricamente es tener calles Fernando VII por toda España, siendo el Rey Felón, la suprema autocontradicción de cualquier ética política, y no pasa nada.
ResponderEliminarPor otra parte, maestro, y para desengrasar de tanta estupidez cultural y moral, no me negarás que lo verdaderamente asombroso y risible es que el propio Régimen le dedicara una calle, pues sus impagables servicios al mismo los contrarrestó con vitriólicos comentarios no precisamente ocultos.
ResponderEliminaruna de las cosas que me.han impresionado de un viaje reciente a Roma ha sido el Puente de Aosta, con sus impresionantes relieves y el rrmate arquitectónico, camino al Estadio Olímpico, del obelisco en q se lee: Mussolini Dux. Me parece una soberbia lección de asimilación de la propia historia, desde la aceptación de la realidad. Los españoles siguen confundiendo la realidad con sus deseos y asî se vive desviviéndose. Es deplorable.
ResponderEliminarperdón por las erratas. Este teclado es incómodo.
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