domingo, 5 de marzo de 2017

Significación de Rubén Darío



El centenario de la muerte del gran poeta Rubén Darío debería haber servido para reconsiderar el significado de su obra, en lugar de seguir repitiendo que renovó la métrica y que fue el primer poeta moderno en lengua española. Y ello porque ni renovó totalmente la métrica ni fue el primer poeta moderno.

En el caso de la crítica académica latinoamericana la explicación radica en el convencimiento de que el Modernismo es un movimiento literario fundacional (lo que sin duda es cierto) y, por lo tanto, nada o muy poco le debía a la poesía española del siglo XIX. En el caso de la crítica académica española, sólo puede entenderse porque la separación creada entre los especialistas en Literatura Hispanoamericana y los de Literatura Española hizo que el conocimiento de los campos administrativamente ajenos haya sido escaso.
La renovación métrica la había llevado adelante en España José Zorrilla, cuya obra extensísima demanda una revisión a fondo. Pese a la labor “cotidianizadora” de los poetas realistas, como Campoamor y Núñez de Arce, que pareciera haber unificado todo, la larga vida del poeta del Tenorio le permitió investigar profundamente sobre ritmos, sonoridades, léxico y ambientes. Ello posibilitó la labor de los poetas relegados bajo los marbetes de post-becquerianos o pre-modernistas. Por eso, Leopoldo Alas “Clarín” ponía distancia ante los creadores de bulevar, que decían hacer algo nuevo y sólo repetían lo ya escrito en los años ochenta; o el inteligente Timoteo Orbe le advertía al jovencísimo Juan Ramón Jiménez que fuera precavido con los “poetas mercuriales” (de la revista Le Mercure de France, llevada por el grupo de poetas simbolistas) o aquellos otros de “la joven América”.
¿Qué entendemos por modernidad poética? Los franceses lo tienen muy claro: la que se inicia con Charles Baudelaire. Desde una visión europea, no podríamos dejar de lado a Heine, quien impone el poema breve que defendía (sin escribirlo) Edgar A. Poe. Desde la lengua española, la brevedad, la concisión y el concepto de símbolo que tiene Gustavo Adolfo Bécquer son fundamentales. Si en Baudelaire encuentran origen los movimientos parnasiano y simbolista franceses, en Bécquer se fundamenta (como vieron Juan Ramón y Antonio Machado) el simbolismo español.
En la historia de la poesía moderna, el Parnasianismo, poesía de la exterioridad, responde a un estadio anterior al Simbolismo, poesía de la interioridad. De hecho, es el Simbolismo el origen de la poesía del siglo XX y en él militarán sus mejores poetas (como José Ángel Valente). En el caso español, sólo vuelve a aparecer el carácter parnasiano en la poesía reaccionaria historicista de José María Pemán y, por ello, en la de algunos poetas franquistas de la guerra y de la primera posguerra, en el sorprendente libro Alegría, de José Hierro (en tendencia pronto abandonada por el autor), y, en la crisis de mediados de los años sesenta, con Arde el mar de Pedro Gimferrer y sus seguidores.
Rubén Darío leyó al Verlaine simbolista cuando Juan Ramón y Antonio Machado le prestaron los libros. Había leído, eso sí, al Verlaine anterior a Sagesse (1880). Admiró pronto a Martí y a José Asunción Silva. Que su pensamiento estético no estaba tan definido es que, el mismo año de Azul, libro generalmente citado como fundador del Modernismo, escribió el poema “Al obrero” (“Canto al obrero: su afán / y su brazo y su tesoro; / trabajando gana el oro, / el oro, padre del pan.”; dice la primera estrofa).
El primer poeta americano que demostró en España entender el Simbolismo y saber de él fue Francisco de Icaza, hombre de cultura y diplomático mexicano. Su influencia en la concepción de la poesía simbolista española parece clara. La de Darío se manifiesta en poetas parnasianos, como Manuel Machado, Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina…, que no constituyen el esqueleto de la poesía importante española del siglo XX. En Juan Ramón Jiménez, poco queda de Darío más allá de 1905, y en Antonio Machado sólo encontramos rasgos esporádicos de aquella belleza exterior que hiciera famoso al nicaragüense.
Pero Darío aportó algo muy importante, además de la calidad intrínseca de su poesía: la figura de poeta. Rubén era principalmente eso, poeta. Su vida se regía por el convencimiento de que existe una mirada poética del mundo que permite contemplarlo como una conjunción de tensiones; cuando su coherencia no se percibe sólo puede resistirse con la acción o a través de los paraísos artificiales, sean éstos promovidos por la droga o por el alcohol. La búsqueda esencial de la poesía delinea un comportamiento humano que no ofrece duda alguna de su fin revolucionario.

Darío no se deja vencer por la belleza de las palabras. Insiste en que son signos de valores, nunca valores. La búsqueda de la verdad a través del poema y el incorruptible pensamiento político que ello conlleva fueron la gran lección que de él aprendieron los poetas y que en él admiraron. Porque, según afirmaba, el cliché verbal sólo esconde el cliché mental.  

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