La
tolerancia es una de esas palabras sacralizadas que muestran conceptos no
siempre bien reflexionados. Se trae a colación continuamente en los comentarios
sobre la emigración de determinada procedencia, especialmente la africana, pero
habría que plantearse sin miedo la cuestión de los límites. ¿Puede tolerarse
todo? Y si la respuesta fuese negativa, ¿Dónde situar la frontera entre lo
tolerable y lo no tolerable?
Si
poseyera una respuesta clara e indiscutible, se debería a que los profesores de
ética habrían hecho un pronunciamiento unitario tiempo atrás. Lo que busco es
subrayar cómo los intelectuales de esas culturas no europeas solicitan de
nosotros una reflexión mayor sobre los temas dignos o no de tolerancia. Una
reflexión que permita hacer matices que, hoy por hoy, no hacemos y que ellos
están dispuestos a llevarla a cabo.
Mientras
escuchaba el recorrido de la profesora Nissim por una serie representativa de
novelas africanas, me preguntaba a mí mismo si no pretendemos imponer desde el
mundo que llamamos occidental una visión del mundo que no tiene por qué ser
única ni acertada. Y, a la vez, cómo es posible que lo que creemos
absolutamente intolerable pueda tolerarse por otras personas. La literatura,
una vez más, acoge nuestras inquietudes.
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