domingo, 1 de febrero de 2015

Del pino y de la ceiba


No se escribe ni se lee desde la nada, se parte de conocimientos  adquiridos. Esto es estar inmerso en una cultura. Se escribe, se lee desde la propia cultura. “La vida de un hombre basta apenas para conocer, entender, explicarse la fracción del globo que le ha tocado en suerte habitar”, escribe el cubano Alejo Carpentier en Tientos y diferencias, de 1967. ¿Cómo pretender, por tanto, buscar referencias extrañas?  
El escritor ha viajado por países de muy distintos hábitos vitales y, al regresar, comenta: “He visto cosas profundamente interesantes. Pero no estoy seguro de haberlas entendido”. Para entender algo es preciso conocer, no sólo el significado, sino el valor que las cosas alcanzan en una cultura. Puede el viajero occidental sentirse subyugado estéticamente por los edificios y los colores de China o de los países árabes, pero todo resulta, al cabo, como gesticulaciones incomprensibles. 
A Carpentier no le preocupaba en demasía esa incomprensión, sino la quiebra entre la realidad y la literatura que alcanzaba a percibir en Hispanoamérica y que, creo yo, posiblemente aún no se ha resuelto, porque constituye uno de sus rasgos definidores. La ejemplifica bien: “Enrique Heine no habla, de repente, de un pino y de una palmera, árboles por siempre plantados en la gran cultura universal (y que, añado yo, consideramos que son de origen europeo). La palabra pino basta para mostrarnos el pino; la palabra palmera basta para definir, pintar, mostrar, la palmera. Pero la palabra ceiba […] no basta para que las gentes de otras latitudes vean el aspecto de columna rostral de ese árbol gigantesco, adusto y solitario”.
No hay suficiente tradición cultural de referencia tras la palabras ceiba. La cultura hispanoamericana depende constitutivamente de la europea, pero no puede, prácticamente no pudo nunca, prescindir de la vitalidad circunstancial para ser verdadera. Sin embargo, sus componentes propios no han sido asimilados por la cultura occidental. O no lo han sido aún suficientemente. Carpentier ve bien que esto sólo puede conseguirse a través de la elaboración de una gran literatura, de una amplia capacidad de estilo que dé carta de naturaleza cultural a lo que, de otro modo, no forma parte sino del pintoresquismo.
Hoy hablaríamos del carácter mestizo de la literatura hispanoamericana y veríamos en ese mestizaje, todavía incipiente, una de sus cualidades. Carpentier acertaba con el ejemplo de la ceiba pero, además, desvelaba inteligentemente el mecanismo de lo verosímil que sustituye, en el universo literario, a la verdad.

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