El forzado y la escritura
En un cuento famoso, “El mejor relato del mundo”, Rudyard Kipling presenta a un joven londinense que, gracias a la metempsícosis, le narra al escritor fragmentos de la historia de un esclavo griego en galeras relatada por él mismo. Incluso transcribe sobre un papel, en un griego sumamente corrompido, “las cosas que los hombres seguramente inscribirían en los remos con el borde mellado del brazalete”. Y la frase transcrita es: “Han sido muchas las veces en que me ha vencido la fatiga en este desempeño”.
Son unas palabras misteriosas que nos nos permiten saber, dada la falta de contexto, si la fatiga le vencía en su trabajo de galeote, en el esfuerzo para escribir en el remo o en alguna otra labor. Si fuera la primera posibilidad, carecería de interés literario, pues resulta obvio que el trabajo de los forzados del remo tenía que ser absolutamente agotador. Nada justificaría escribirlo, ni siquiera para un escritor no profesional. Pero en las otras dos posibilidades, y especialmente en la segunda, se dibuja una atrayente escena en la que el penado, oculto a las miradas del capataz que, látigo en mano, vigila, traza con grandes dificultades, retorciendo tal vez la muñeca de su brazo para conseguir que la tensión de la cadena que lo retiene al remo no le impida grabar la frase en la madera. Imaginamos el metal penetrando aún más profundo en la llaga del brazo y la lentitud con la que cada rasgo de la escritura se marca en la superficie brillante por el paso, una y otra vez, de las manos del remero y el agua o el sudor salados.
Tanta dificultad se debe a que no figura entre las ocupaciones del galeote escribir reflexión alguna. Ni siquiera cuenta éste con un horario previamente establecido para su trabajo esclavo. Aún así, este inalcanzable personaje de Kipling saca tiempo de algunos descansos y roba minutos al sueño deseado y vitalmente necesario para escribir que, en numerosas ocasiones, no ha podido culminar el desempeño de su escritura. Conocemos de él una única frase, una frase maravillosa para iniciar un relato, mas carecemos del relato que debería haberse escrito antes. Porque la frase, aunque hermosa para el inicio, significa que su escritor concluyó al fin y con dificultades inmensas su labor. Pero Kipling, su personaje y nosotros, sólo poseemos el testimonio de su final.
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