En
España, el Romanticismo teatral diríase que se limita a las representaciones de
Don Juan Tenorio, obra que, sin negar
sus cualidades efectistas, apenas si ya se entiende desde los presupuestos de
libertad anarquizante y suicida que, en teoría, pudieran motivarla. Pesa en
ella más la voluntad de retomar un tema legendario que el cuestionamiento de las
reglas morales. Contemplando desde Don
Juan Tenorio es muy difícil comprender la verdadera importancia del
Romanticismo, incluso en lo que tuvo de regreso a las prácticas originadas en
el teatro de Lope de Vega, convertidas por José Zorrilla en una amalgama de
posturas chulescas dignas del soldado fanfarrón, actitudes machistas y ripios
sonoros.
He
sostenido en otras ocasiones (como en mi antología de la poesía decimonónica) que en España no hubo realmente Romanticismo, y sí
el uso de la retórica romántica. Nunca asistimos al desarrollo de una
literatura que, por ejemplo, cuestionara en profundidad la organización social
o intentase reconstruirla, que se plantease la relación del ser humano con el
concepto de divinidad, o que reflexionara sobre la función de la escritura,
salvo en la poesía de José de Espronceda. El Romanticismo fue en Europa el gran
cambio hacia la modernidad y no puede limitarse a los efectos estéticos
desligándolos de sus causas, como en España.
El
autor (F.S.R. que, probablemente, es Federico Carlos Sainz de Robles)
de
la nota preliminar a una edición, en la famosa colección Crisol, de cuatro
obras de Puschkin, Eugenio Onieguin,
Boris Godunov, Mozart y Salieri y La
Ondina, daba una definición del individuo romántico que muestra bien a las
claras la confusión entre la apariencia promovida por la moda y la profundidad
del modo de pensar:
Ser romántico es hablar a grandes voces y con estudiados
aspavientos; adoptar ademanes melodramáticos y gestos decepcionantes; dejarse
crecer la cabellera en una melena undosa y la perilla en una punta de flecha;
beber mucho; lagrimear mucho; sentirse fieramente desgraciado a todas horas;
soñar estupendas barbaridades; amar frenética y rápidamente; […] creerse
desenfocado y descentrado en la vida; desdeñar una porción de cosas
respetables, como son la religión, el orden social, las apariencias mundanas,
las costumbres honestas y lo estatuído;
adorar lo fúnebre […]; perseguir con pasión cosas tremebundas; componer con el
primor con que los orfebreros renacentistas trabajaron las joyas unas docenas
de palabras cabalísticas como inmarcesible, luctuoso, luminiscente, errático, violáceo, etc, etc.
Y es que en
España hubo más una moda romántica, como la que busca describir el autor de
estas líneas, que un pensar romántico cuestionador de las bases de la
composición social.
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