Formalmente no hay
diferencia alguna entre un enunciado literario y otro cualquiera. O no tiene
por qué haberla. A diferencia de los partidarios de una teoría de la anormalidad del lenguaje literario, he
defendido siempre la coincidencia, lo que no significa que el registro
literario no sea habitualmente, aunque
no necesariamente, distinto de los
registros informativos o científicos.
Sin embargo, solemos
distinguir en la lectura con cierta facilidad el enunciado literario del que no
lo es. ¿Dónde radican las diferencias si no se asientan exclusivamente en el
nivel lingüístico?
Podrían radicar en la
organización retórica. Sucede, sin embargo, que si en un enunciado informativo,
jurídico o científico las formulaciones retóricas son necesarias, y a veces
imprescindibles, para constituirlos, en la literatura no es el caso. Ésta es
capaz de englobar todo tipo de registros sin dejar de ser. O bien puede decirse
que cualquier enunciado puede resultar literario. Un ejemplo sintomático es la
novela de Julio Cortázar El libro de
Manuel, que integra noticias periodísticas traducidas de Le Monde en la prosa narrativa.

Si el sociólogo (que
no teórico ni crítico literario) Pierre Bourdieu hablaba en Ce que parler veut dire (Paris: Fayard, 1982)
de un “lenguaje autorizado” que, sin duda, corresponde a la institución
(literaria o no). Sus observaciones son muy atinadas aunque, en cualquier caso,
debe hablarse de un lenguaje autorizado en virtud de las condiciones de la
enunciación. La institución jerarquiza, establece usos, límites y valores.
La lengua sólo se
manifiesta a través de enunciados y éstos sólo adquieren significación al
contextualizarlos. Por ello pudo decir Ferdinand de Saussure que uno de los
caracteres de la lengua es el social.
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